Lo miremos por donde lo miremos no hay, a estas alturas del verano, y en ninguna parte del planeta, desde Tel Aviv a Teherán, desde Cataluña a Galicia, nada más incendiario que las declaraciones de un político. Sin ir más lejos en Galicia, en ese noroeste calcinado que duele a la vista y al corazón, es deleznable y patética la batalla de las hectáreas que libran estos días sin el más mínimo sonrojo los partidos mayoritarios. Una vez más, como ya ocurriera en 1992 con el desastre provocado por el hundimiento del Mar Egeo (gobernaba y pescaba el PSOE) y en 2002 con el cataclismo del Prestige (gobernaba y cazaba el PP), vuelven a dejar donde siempre, es decir, a los pies de los caballos, a una ciudadanía más que harta de políticos de bajura, incapaces de consensuar medidas eficaces y duraderas ante una nueva catástrofe. De momento, Galicia no es más que una pira semántica de vanidades políticas afectadas de "tramitis" (quizá haberla hayla, aunque no sea política, ¿1.636 incendios forestales declarados en tres días por casualidad?) y "hectaritis" (¿77.000 hectáreas nada más? tras doce días de orgía incendiaria?). Una pira donde arden falsas voluntades y brillan por su ausencia las promesas. Pero cuando se acerque el mayo electoral que viene, lloverá sobre el noroeste un diluvio de propuestas, promesas fugaces llamadas a secarse de inmediato tras el recuento de las sacas. Rodríguez Zapatero tiene hoy ante sí la oportunidad de enmendar una deuda histórica con Galicia. Urge declarar zona catastrófica a los municipios afectados; prestar ayuda a los agricultores y ganaderos que han perdido más de 245 millones de euros; estudiar en profundidad y cambiar la nefasta política forestal gallega; impedir con leyes viejas o nuevas, que el ladrillo invada los montes arrasados y, por encima de todo, reforestar. Hay técnicos y voluntarios más que suficientes en todo el país. Lo único que falta es altura política.