Tan fijas están las miradas de los analistas en los nubarrones que arrecian sobre el paro, el crecimiento, los precios y la inversión, que no se habían fijado todavía en la mala racha que aguanta como puede el comercio exterior. Si la inflación dobla la media recomendable y el euro está mucho más fuerte que el dólar, los costes de producción en España son más caros y los precios para vender fuera menos competitivos. Es una ley económica inapelable que los exportadores españoles llevan meses sufriendo. Éstos ven como sus productos son cada vez menos atractivos en los mercados foráneos, no por calidad o servicio, sino por puro precio. Y lo que es peor, ellos no tienen la culpa de ese desequilibrio ni las armas necesarias para competir en igualdad de condiciones que sus competidores. A esa lógica nefasta de la economía se le ha unido en los últimos meses el temor que existe en el sector financiero internacional al impacto de las hipotecas basura norteamericanas, que nadie conoce aún, pero que tiene cerrado el grifo del crédito para las operaciones de comercio exterior, como para las inmobiliarias o de otro tipo. El miedo manda en el mercado exterior y los datos lo avalan con un crecimiento de la morosidad en los pagos de las empresas en máximos históricos. Fue del 14 por ciento en 2007, pero en diciembre pasado superaba el 20 por ciento. Es otro frente más contra el optimismo oficial del Gobierno en campaña electoral y que hay que atajar antes de que sea tarde. La exportación es una de las grandes bazas para compensar la pérdida de fuerza del negocio inmobiliario y la demanda interna española y no se puede dejar caer. Todos los apoyos posibles para las empresas que exporten con calidad y valor añadido van a ser pocos, y deben estar garantizados. El primero, contener la inflación.