E l dicho de que siempre se puede ir a peor se ha cumplido. Grecia celebrará nuevas elecciones en junio en las que es favorito el partido de izquierda Syriza, opuesto al pacto de austeridad y a respetar los acuerdos con la Comisión Europea. En la UE, desde políticos hasta algún miembro del BCE hablan sin tapujos de una salida de Grecia del euro. El ministro de Economía alemán Schäuble no cede y dice que si quieren quedarse dentro tendrán que aceptar las condiciones impuestas. Con toda esta situación el euro cae hasta 1,27 dólares y las rentabilidades de los bonos españoles e italianos sobrepasan el umbral fatídico del 6 por ciento en sus referencias de 10 años. La cotización del euro frente al dólar se había mantenido largo tiempo por encima de 1,30 de manera incomprensible y ahora no ha podido soportar la presión. China Investment Corporation había estado comprando euros en esos niveles, y con el empeoramiento de la situación de Grecia y su más que posible salida del euro, decidió dejar de comprarlos. El resultado ha sido inmediato y el euro seguirá cayendo por debajo de 1,20 dólares. De Grecia podemos decir que ya está fuera, que tendrá que volver a un dracma devaluado y que las consecuencias para el país serán desastrosas. ¿Qué pasa con el resto? Estoy de acuerdo con Krugman en que habrá contagio, pero estoy convencido de que hay un cambio de la actitud política en Europa, que permitirá al BCE acudir al mercado secundario a comprar deuda de países con problemas. Sería suficiente para cortar de raíz cualquier contagio, aunque mientras tanto vamos a presenciar momentos de tensión. La reforma financiera no ha convencido a los inversores porque aunque va por el buen camino sigue siendo indefinida. El mercado quiere saber qué banco está bien y cuál está mal para poder invertir sin incertidumbre. Hasta que no se conozcan los números finales seguiremos en la indefinición y no se iniciará la recuperación. Pero en ningún caso veremos nada parecido a corralitos o restricciones en el uso de fondos por la sencilla razón de que no solucionarían ningún problema, sino que lo empeorarían. Ahí, el señor Krugman se ha dejado llevar por la vehemencia.