M e ha sorprendido la cobertura en la prensa estadounidense de los precios de la gasolina y sus efectos en la política. Los analistas políticos están de acuerdo en que los índices de aprobación presidenciales están muy relacionados con los precios del combustible: cuando los precios suben, los índices de un presidente en las encuestas bajan. En vista de la larga historia de los Estados Unidos de abandono de la seguridad y la capacidad de resistencia energética, la idea de que la Administración de Obama es responsable del aumento de precios de la gasolina tiene poco sentido. Han pasado cuatro décadas desde la crisis del petróleo de los 70. Hemos aprendido mucho de esa experiencia. El impacto a corto plazo -como siempre ocurre cuando los precios del petróleo suben rápidamente- fue reducir el crecimiento al bajar el consumo de otros bienes, porque el consumo de petróleo no se ajusta tan rápido como el de otros bienes y servicios. Pero, con el tiempo, las personas terminan reduciendo su consumo de petróleo. Compran automóviles y electrodomésticos de uso energético más eficientes, aíslan térmicamente sus hogares, y hasta usan el transporte público. El impacto a largo plazo es diferente y mucho menos negativo. Mientras mayor sea la propia eficiencia energética, menor es nuestra vulnerabilidad a la volatilidad de los precios. Por el lado de la oferta, hay una diferencia similar entre los efectos a corto plazo y a más largo plazo. A corto plazo, la oferta puede responder en la medida que haya capacidad de reserva (no hay mucha ahora). Sin embargo, el efecto mayor y a más largo plazo proviene del aumento de la exploración y la extracción petroleras, debido al incentivo de los mayores precios. Todo esto lleva tiempo, pero conforme ocurre reduce el impacto negativo. En términos de política, hubo una iniciativa prometedora a fines de los 70. Se legisló sobre los estándares de eficiencia de uso de combustible para automóviles y los fabricantes los implementaron. De una manera más fragmentada, los Estados establecieron incentivos para la eficiencia energética en edificios residenciales y comerciales. Pero entonces los precios del petróleo y el gas, ajustados por inflación, entraron en un período de declive que duró varias décadas. Las políticas destinadas a la eficiencia y la seguridad energéticas quedaron en gran medida sin efecto. Dos generaciones llegaron a pensar en la disminución de los precios del petróleo como algo normal, lo que explica la sensación actual de que se trata de un derecho, la indignación ante la subida de los precios, y la búsqueda de villanos: los políticos, los países productores de petróleo y las compañías petroleras son blanco de desprecio. En el trasfondo existe un fallo importante de la educación sobre los recursos naturales no renovables. Estados Unidos no invirtió suficiente en eficiencia y seguridad energéticas cuando los costes de hacerlo eran más bajos y ahora está mal preparado para enfrentar un aumento de precios. Ahora, dada la presión al alza sobre los precios por el aumento de la demanda de los mercados emergentes y el rápido incremento en tamaño de la economía mundial, esos tiempos han llegado. La actitud contracíclica es útil para las personas y los Gobiernos, pero no la hemos practicado: la política energética o su ausencia es un claro ejemplo. La miopía de la política energética no se ha limitado a EEUU. Los países en desarrollo, por ejemplo, han funcionado muchos años con subsidios a los combustibles fósiles, que han llegado a ser ampliamente reconocidos como una mala manera de gastar sus limitados recursos. Ahora hay que cambiar estas políticas, lo que implica desafíos políticos y costes similares. Europa Occidental y Japón, que dependen casi totalmente de los suministros externos de petróleo y gas, lo han hecho un poco mejor. Por razones de seguridad y ambientales, su eficiencia energética aumentó a través de una combinación de impuestos, mayores precios al consumidor y educación pública. El Gobierno de Obama está trabajando para iniciar una enfoque energético prudente de largo plazo, con nuevos estándares de eficiencia de combustible para vehículos de motor, inversiones en tecnología, programas de eficiencia energética para viviendas y la exploración ambientalmente racional de los recursos adicionales. Hacer esto en medio de un arduo proceso de desapalancamiento posterior a la crisis, una recuperación obstinadamente lenta y el proceso de construcción de un nuevo modelo de crecimiento más sostenible es más difícil -política y económicamente- de lo que podría haber sido si EEUU hubiera comenzado antes. Aun así, Obama acierta al tratar de explicar que una política energética eficaz, por su propia naturaleza, requiere objetivos de largo plazo y el avance constante hacia su logro. Es frecuente oír la afirmación de que los ciclos electorales de las democracias no son muy adecuados para la aplicación de políticas señeras y de largo plazo. El contrapeso es el liderazgo que explica los beneficios y los costes de las diferentes opciones, y une a la gente en torno a objetivos comunes y enfoques sensibles. El esfuerzo de la administración Obama para poner el crecimiento a largo plazo y la seguridad por encima de ventajas políticas merece admiración y respeto. Si la crítica de la gobernabilidad democrática sobre la base de su inevitable horizonte de brevedad fuera correcta, sería difícil explicar cómo la India, una democracia poblada, compleja, y todavía pobre, pudo sostener inversiones y políticas de largo plazo necesarias para apoyar un crecimiento y desarrollo veloces. Allí, también, la visión, el liderazgo y la creación de consenso han jugado un papel fundamental. La buena noticia para la seguridad energética estadounidense es que en 2011, el país se convirtió en un nuevo exportador neto de productos derivados del petróleo. Sin embargo es probable que el precio de los combustibles fósiles continúe su tendencia al alza. La disminución de la dependencia de fuentes externas, debidamente llevada a cabo, es un avance importante. Pero no es un sustituto para una mayor eficiencia energética, que es esencial para hacer el cambio a un nuevo y resistente camino hacia el crecimiento económico y el empleo. Un beneficio adicional sería abrir una enorme agenda internacional para la energía, el medio ambiente y la sostenibilidad, donde se requiere el liderazgo estadounidense. Este esfuerzo requiere persistencia y un largo periodo de atención oficial, lo que supone a su vez apoyo de ambos partidos. ¿Es eso posible en Estados Unidos hoy en día? Los persistentes bajos índices de aprobación del sistema político norteamericano derivan en parte del hecho de que parece recompensar el obstruccionismo en lugar del trabajo bipartidista constructivo. En algún momento, los votantes van a reaccionar contra un sistema que amplifica las diferencias y suprime las metas compartidas, y la formación de políticas volverá a su modo pragmático más eficaz. La pregunta es cuándo.