L as dimensiones de la reforma bancaria que tiene decidido ejecutar el Gobierno impresionan. Como impresionan las cifras de riesgo inmobiliario de los balances bancarios que se pretenden sanear como objetivo fundamental, -¿único?- de la reforma. No cabe duda de que es un proceso necesario que probablemente debería haber sido acometido hace tiempo por bancos y reguladores, con valentía, evitando los rodeos y aceptando la gravedad de la situación. Mejor tarde que nunca, podría decirse y no sin razón, pero los tres últimos años tampoco han pasado en vano para la actividad bancaria y financiera en general y, sobre todo, para la percepción que tiene el resto de agentes económicos sobre las entidades de crédito. La banca, y más aún en un país donde los procesos de financiación están concentrados en las entidades de crédito a falta de mecanismos alternativos y de mercados de capitales lo suficientemente amplios, ha sufrido una notable pérdida de confianza, de razón y de prestigio frente a su clientes y frente a la sociedad en general. Así, tras la consolidación y saneamiento que generará la reforma, las entidades de crédito y el resto del sistema financiero van a encontrarse unas empresas, unas familias y un sector público que mantendrán, junto a una mayor tranquilidad por la solvencia recuperada, una fuerte prevención y descontento por la trayectoria reciente de la industria del dinero. Los bancos, una vez haya concluido -esperemos que con pleno éxito- el proceso planteado de reformas, tendrán por delante otros retos formidables en relación al fondo y a la forma de su actividad. Vamos a repasarlos: En primer lugar, la banca deberá recuperar el pulso y la intensidad de su actividad principal, para la cual fue concebida, que es la canalización de financiación y crédito a empresas, particulares y administraciones. Que esto se produzca dependerá, por supuesto, de que el proceso de consolidación se haya realizado holgadamente, sin ahogar las capacidades de las entidades supervivientes para absorber a las desaparecidas o para devolver las posibles ayudas públicas que les hayan suministrado. Dependerá también de que las condiciones que se fijen para recibir estas ayudas o para bendecir las fusiones introduzcan incentivos de recuperación de los flujos de crédito y de que se establezcan mecanismos complementarios de refuerzo como avales, actuaciones del Instituto de Crédito Oficial y ampliación de la consideración de créditos colaterales para obtener liquidez del BCE. En segundo lugar, en paralelo a la necesaria reactivación del crédito, el sistema financiero afrontará unos retos vinculados a la excesiva estructura que, con toda probabilidad, todavía le quedará al sector. Nos referimos a que un sistema bancario más prudente, sin la voluntad de crecimientos orgánicos basados en el inmobiliario, abocado crecientemente a servicios de banca online y debido a la necesidad de que la globalidad del negocio vuelva a discurrir por derroteros más simples y más ligados a su actividad tradicional, tenderá a necesitar una red crecientemente más ajustada tras el proceso de saneamiento. Además, en algunos territorios o en general, pueden generarse exigencias de la política de competencia que impliquen reducir su presencia y con ello su red. Sobre ésto decir que, independientemente de las prioridades del regulador, sería muy conveniente que el sector preservara, o incluso mejorara, el elevado nivel de competencia entre entidades del que ha gozado en los últimos años. En tercer lugar, el día después de la reforma bancaria -aunque sería mejor que se plantee cuanto antes- la banca deberá asumir e implementar cambios drásticos vinculados a la imprescindible recuperación de la confianza que el sector financiero, más que cualquier otro, necesita de forma ineludible. Se trata en este caso de revolucionar la forma de hacer banca para dar un giro radical a la presente insatisfacción que reina en la clientela y que resalta cualquier encuesta o estudio sobre el tema. Hay que hacer banca explicitando los conflictos de interés y minimizando los inevitables. Hay que hacer banca con mayor transparencia y, añadiría, simplicidad. Hay que hacer banca con mayor cualificación profesional (de los profesionales del sector) y con mayor cultura y educación financiera (de los clientes). Hay que hacer banca vendiendo menos y asesorando más. Como diría un buen amigo, hay que hacer menos de farmacéutico, de dispensador, pretendiendo ser médico. En general, hay que hacer un esfuerzo para sintonizar mejor con la sociedad, con la política, con los ciudadanos. No hace falta decir que las retribuciones de los altos directivos deberían volver a entornos que no generaran animadversiones aun respetando la libertad de una empresa privada para, en entornos de buen gobierno, retribuir competitivamente. Los retos, las reformas post-reforma, serán inmensos. Sin embargo, las capacidades también lo son. El sistema financiero español tiene y seguirá teniendo unas entidades con una estructura, una capacidad empresarial, una tecnología y una flexibilidad extraordinarias. Se han desviado de la armonía, pero la pueden recuperar.