Quizá fuese una muestra de su habitual cachaza. Pero ayer Mariano Rajoy pidió al menos "más de media hora" para poder aplicar medidas. Desconocemos qué quería decir exactamente con esa expresión el favorito a la presidencia del Gobierno. ¿Reclamaba un día o unas semanas? El caso es que ni los mercados ni el BCE le van a conceder un ápice de margen. Casi a la vez que hablaba el candidato popular, el presidente del BCE afirmaba que ni puede ni debe abrir el grifo de las ayudas a los países en dificultades. O sea, que se va a conformar con intervenir lo mínimo en los mercados de deuda para que la prima de riesgo no se desboque mucho más allá de los 500 puntos. En ningún caso Mario Draghi va a permitir que la presión afloje sobre los políticos. Se ha sumado a las tesis alemanas de que hay un problema de disciplina. Y no les falta razón, porque la periferia debe emprender las reformas que reequilibren las cuentas de modo que el euro sea sostenible. Sin embargo, hay un inconveniente no pequeño. Con un mercado cerrado por un pánico procíclico, la estabilidad financiera está en juego. Además de Italia, España puede precisar de financiación exterior en algún momento, ya sea del BCE, de Alemania, del FMI o de los emergentes. Porque como también recordaba ayer Draghi, los europeos no han reforzado el fondo de rescate. De poco han servido las promesas de ingeniería financiera y de que los chinos apoquinarían. Por eso, ante la ausencia de dinero real, el único que puede aportar los recursos es el banco emisor de la moneda única. No obstante, eso requiere de forma ineludible que los presuntos líderes europeos establezcan pronto la unión fiscal y política necesaria para afianzar el euro. Sólo eso puede concederle una estrategia de salida consistente al BCE, de modo que el organismo sito en Fráncfort no estará merendándose la deuda, sino que simplemente brindará una liquidez que luego será respaldada por el conjunto de la eurozona, y no por unos países que, por separado, no ofrecen a los inversores las garantías suficientes. Una Europa unida es más que la suma de sus naciones y rebajaría sustancialmente unos tipos de interés tan altos que impiden el pago de la deuda al tiempo que todos a la vez recortan, se desapalancan, se rebajan sueldos y a duras penas crecen. Ésta es la nueva normalidad que vislumbran los mercados y representa justo la espiral viciosa que debemos cercenar. El nuevo Ejecutivo debe tener esto meridianamente claro. Aunque algo ayude, esa confianza de la que el PP tanto se ha autoproclamado emisario no va a bastar. Y la alegría que pueda traer a los mercados un renovado Gobierno va a durar muy poco, tal y como han demostrado los gabinetes de tecnócratas en Roma y Atenas. Esta vez dista un abismo de la situación de 1996. Entonces se pudo tirar del crédito y de la construcción, pero en la actualidad difícilmente habrá un sector capaz de tomar las riendas de la economía. Y los recortes que hay que acometer hoy serán mucho más brutales y muy, muy recesivos. Además, las reformas siempre deparan un primer impacto negativo sobre el crecimiento, debido a que se tarda un tiempo en retirar recursos de una parte para que éstos se empleen en un ámbito más productivo. La combinación letal de un proceso de desendeudameinto en el sector privado y público, los recortes, las reformas, las resistencias de la población y unos tipos de interés elevados supondrán obstáculos insalvables a menos que haya sangre, sudor y lágrimas.Quizá fuese una muestra de su habitual cachaza. Pero ayer Mariano Rajoy pidió al menos "más de media hora" para poder aplicar medidas. Desconocemos qué quería decir exactamente con esa expresión el favorito a la presidencia del Gobierno. ¿Reclamaba un día o unas semanas? El caso es que ni los mercados ni el BCE le van a conceder un ápice de margen. Casi a la vez que hablaba el candidato popular, el presidente del BCE afirmaba que ni puede ni debe abrir el grifo de las ayudas a los países en dificultades. O sea, que se va a conformar con intervenir lo mínimo en los mercados de deuda para que la prima de riesgo no se desboque mucho más allá de los 500 puntos. En ningún caso Mario Draghi va a permitir que la presión afloje sobre los políticos. Se ha sumado a las tesis alemanas de que hay un problema de disciplina. Y no les falta razón, porque la periferia debe emprender las reformas que reequilibren las cuentas de modo que el euro sea sostenible. Sin embargo, hay un inconveniente no pequeño. Con un mercado cerrado por un pánico procíclico, la estabilidad financiera está en juego. Además de Italia, España puede precisar de financiación exterior en algún momento, ya sea del BCE, de Alemania, del FMI o de los emergentes. Porque como también recordaba ayer Draghi, los europeos no han reforzado el fondo de rescate. De poco han servido las promesas de ingeniería financiera y de que los chinos apoquinarían. Por eso, ante la ausencia de dinero real, el único que puede aportar los recursos es el banco emisor de la moneda única. No obstante, eso requiere de forma ineludible que los presuntos líderes europeos establezcan pronto la unión fiscal y política necesaria para afianzar el euro. Sólo eso puede concederle una estrategia de salida consistente al BCE, de modo que el organismo sito en Fráncfort no estará merendándose la deuda, sino que simplemente brindará una liquidez que luego será respaldada por el conjunto de la eurozona, y no por unos países que, por separado, no ofrecen a los inversores las garantías suficientes. Una Europa unida es más que la suma de sus naciones y rebajaría sustancialmente unos tipos de interés tan altos que impiden el pago de la deuda al tiempo que todos a la vez recortan, se desapalancan, se rebajan sueldos y a duras penas crecen. Ésta es la nueva normalidad que vislumbran los mercados y representa justo la espiral viciosa que debemos cercenar. El nuevo Ejecutivo debe tener esto meridianamente claro. Aunque algo ayude, esa confianza de la que el PP tanto se ha autoproclamado emisario no va a bastar. Y la alegría que pueda traer a los mercados un renovado Gobierno va a durar muy poco, tal y como han demostrado los gabinetes de tecnócratas en Roma y Atenas. Esta vez dista un abismo de la situación de 1996. Entonces se pudo tirar del crédito y de la construcción, pero en la actualidad difícilmente habrá un sector capaz de tomar las riendas de la economía. Y los recortes que hay que acometer hoy serán mucho más brutales y muy, muy recesivos. Además, las reformas siempre deparan un primer impacto negativo sobre el crecimiento, debido a que se tarda un tiempo en retirar recursos de una parte para que éstos se empleen en un ámbito más productivo. La combinación letal de un proceso de desendeudameinto en el sector privado y público, los recortes, las reformas, las resistencias de la población y unos tipos de interés elevados supondrán obstáculos insalvables a menos que haya sangre, sudor y lágrimas.Quizá fuese una muestra de su habitual cachaza. Pero ayer Mariano Rajoy pidió al menos "más de media hora" para poder aplicar medidas. Desconocemos qué quería decir exactamente con esa expresión el favorito a la presidencia del Gobierno. ¿Reclamaba un día o unas semanas? El caso es que ni los mercados ni el BCE le van a conceder un ápice de margen. Casi a la vez que hablaba el candidato popular, el presidente del BCE afirmaba que ni puede ni debe abrir el grifo de las ayudas a los países en dificultades. O sea, que se va a conformar con intervenir lo mínimo en los mercados de deuda para que la prima de riesgo no se desboque mucho más allá de los 500 puntos. En ningún caso Mario Draghi va a permitir que la presión afloje sobre los políticos. Se ha sumado a las tesis alemanas de que hay un problema de disciplina. Y no les falta razón, porque la periferia debe emprender las reformas que reequilibren las cuentas de modo que el euro sea sostenible. Sin embargo, hay un inconveniente no pequeño. Con un mercado cerrado por un pánico procíclico, la estabilidad financiera está en juego. Además de Italia, España puede precisar de financiación exterior en algún momento, ya sea del BCE, de Alemania, del FMI o de los emergentes. Porque como también recordaba ayer Draghi, los europeos no han reforzado el fondo de rescate. De poco han servido las promesas de ingeniería financiera y de que los chinos apoquinarían. Por eso, ante la ausencia de dinero real, el único que puede aportar los recursos es el banco emisor de la moneda única. No obstante, eso requiere de forma ineludible que los presuntos líderes europeos establezcan pronto la unión fiscal y política necesaria para afianzar el euro. Sólo eso puede concederle una estrategia de salida consistente al BCE, de modo que el organismo sito en Fráncfort no estará merendándose la deuda, sino que simplemente brindará una liquidez que luego será respaldada por el conjunto de la eurozona, y no por unos países que, por separado, no ofrecen a los inversores las garantías suficientes. Una Europa unida es más que la suma de sus naciones y rebajaría sustancialmente unos tipos de interés tan altos que impiden el pago de la deuda al tiempo que todos a la vez recortan, se desapalancan, se rebajan sueldos y a duras penas crecen. Ésta es la nueva normalidad que vislumbran los mercados y representa justo la espiral viciosa que debemos cercenar. El nuevo Ejecutivo debe tener esto meridianamente claro. Aunque algo ayude, esa confianza de la que el PP tanto se ha autoproclamado emisario no va a bastar. Y la alegría que pueda traer a los mercados un renovado Gobierno va a durar muy poco, tal y como han demostrado los gabinetes de tecnócratas en Roma y Atenas. Esta vez dista un abismo de la situación de 1996. Entonces se pudo tirar del crédito y de la construcción, pero en la actualidad difícilmente habrá un sector capaz de tomar las riendas de la economía. Y los recortes que hay que acometer hoy serán mucho más brutales y muy, muy recesivos. Además, las reformas siempre deparan un primer impacto negativo sobre el crecimiento, debido a que se tarda un tiempo en retirar recursos de una parte para que éstos se empleen en un ámbito más productivo. La combinación letal de un proceso de desendeudameinto en el sector privado y público, los recortes, las reformas, las resistencias de la población y unos tipos de interés elevados supondrán obstáculos insalvables a menos que haya sangre, sudor y lágrimas.