x IE Business School.E l Fondo Monetario Internacional lleva muchos años, desde la crisis de México y el llamado tequilazo a principios de los 90, intentado encontrar una fórmula para prevenir el contagio financiero. Más concretamente, buscando la manera de evitar que la dinámica de los mercados financieros acabe castigando injustamente a países que no tienen problemas fundamentales de solvencia, pero que acabarán teniéndolos si pierden el favor de los inversores y éstos precipitan su salida provocando una brusca subida de los diferenciales de la deuda y una sequía de crédito. Pero lo que no había hecho hasta ahora era sugerir su propia conversión en un fondo de inversión altamente especulativo que intervendría directamente en el mercado de deuda acaparando papel de los países amenazados. Eso es exactamente lo que ha propuesto su inexperto jefe del departamento europeo, el portugués Antonio Borges. Por unas breves horas, porque era tal el despropósito de esa medida, tal su contradicción con la naturaleza y funciones del FMI, que tuvo que retirarla antes de que se pusiera el sol. A ese objetivo responden dos de sus instrumentos financieros: la línea de crédito de precaución y la línea de crédito flexible. La primera, si no recuerdo mal, no se ha usado nunca y la segunda ha sido concedida a Polonia, Colombia y México, pero ninguno de ellos ha tenido o querido desembolsar ni un chavo. La ventaja es que, con estos procedimientos, un país puede acceder inmediatamente a la ayuda del FMI sin tener un programa en vigor, sin la cesión temporal de soberanía económica y el coste político que ello implica. Los países solicitantes han de tener buenos fundamentos económicos, una posición sostenible en balanza de pagos y deuda pública, y ningún problema sistémico en su sistema financiero. Pero, además, han de aprobar un proceso de precualificación que es precisamente el problema, porque puede entenderse que su mera solicitud es un indicador adelantado de problemas. ¿Por qué someterse a ese examen y escrutinio internacional si no es porque el país en cuestión tiene miedo de entrar en crisis? Cuando se diseñaron estos instrumentos financieros, estaban pensados para ayudar a los países en la difícil y normalmente volátil transición de emergentes a desarrollados, pero nadie imaginó nunca que pudiera necesitarse por parte de un país europeo, menos aún España o Italia. He aquí el problema al que el bueno de Borges quiso dar una solución ocurrente. La desesperada propuesta refleja los nervios ante las consecuencias para la estabilidad económica mundial derivadas de la crisis europea, las dudas crecientes de que los europeos por sí mismos sean capaces de resolverla a tiempo, y un cierto oportunismo de la institución multilateral, que ha visto una oportunidad para situarse en el epicentro del sistema mundial. Porque, en esencia, el FMI se presentó candidato voluntario a hacer lo que los estatutos actuales y el Tratado de Maastricht impiden hacer al BCE. Pero las prisas y los atajos son malos consejeros. La desmentida propuesta suponía un cambio profundo en la naturaleza del Fondo Monetario Internacional y le convertía en un banco central mundial capaz de crear liquidez, pero también en una entidad tan apalancada como los mismos bancos de inversión que tanto se han criticado en la era post Lehman. Porque es de suponer que los países no estarían dispuestos a ampliar la dotación de sus reservas asignadas al FMI; no parece sensato pensar que los Estados europeos acepten entregar al FMI lo que le niegan al BCE. Por lo tanto, el Fondo tendría que recurrir al mercado privado de capitales para financiarse, lo que pondría en peligro su rating AAA y encarecería el coste en sus programas tradicionales de ajuste de balanza de pagos. En definitiva, que los países emergentes y en vías de desarrollo pagarían una parte del rescate europeo. Una porción creciente e ilimitada, porque no veo tampoco a los países miembros extendiendo una garantía indefinida al FMI para cubrirle presupuestariamente todas las pérdidas potenciales derivadas de su actuación en el mercado de deuda. Por no hablar de los cambios necesarios en la operativa de la institución multilateral, porque la dinámica de su intervención en el mercado de deuda supondría ineludiblemente un traslado del poder de decisión desde su Directorio, como le gusta llamar al Consejo de Administración donde se sientan los Gobiernos como accionistas, hacia el staff, hacia los funcionarios que serían los que realizarían las operaciones concretas con un elevadísimo grado de discrecionalidad y escaso conocimiento y experiencia, pues no es ésa su especialidad. La metedura de pata de Borges -y con él, del FMI, porque conociendo la institución se me antoja difícil de creer que se le haya ocurrido a él solito- no puede ser un accidente. Tampoco me atrevo a afirmar que responda a un diseño estratégico desvelado por fascículos para ir creando una nueva gobernanza económica internacional que cuente con un banco central mundial. Me inclino a pensar que es parte del mismo cansancio que sienten los inversores por Europa. Hagan ya su recapitalización bancaria, aclaren qué piensan hacer con Grecia y su inevitable suspensión de pagos, creen un Ministerio europeo de Finanzas y un supervisor bancario único. O disuélvanse y déjennos en paz.