Es muy fácil denunciar la gran diferencia que existe entre los precios en origen y los de venta al público y llamar la atención sobre el dinero que ganan los comerciantes. Otra cosa es que eso sea cierto. Desde que un alimento fresco se genera, en la tierra o en las granjas, hasta que llega a la estantería de un supermercado, los procesos que se necesitan son largos y caros, hasta el punto de que el margen que tiene el vendedor final no está tan lejos de lo que gana el productor inicial, y con mucho más riesgo económico. La vida en el campo es dura y no tiene término medio. Pero también lo es la de quienes hacen de su vida un pequeño negocio comercial o se embarcan en emprender un proyecto de cara al consumidor. Después de las heladas del año pasado, vienen grandes cosechas de frutas y hortalizas este año. Y el mercado manda: el exceso de oferta en origen hará descender los precios, igual que subieron hace un año, cuando no había mercancía suficiente para todos. Pero aprovechar ese juego de mercado para lanzar mensajes gratuitos de descalificación sobre beneficios comerciales mal entendidos o sobre las grandes ayudas sin esfuerzo que se lleva el campo, es algo que nadie merece. Otra cosa es hacer un análisis serio de la intermediación que existe entre la salida del producto del campo y su llegada a la tienda, para evitar a quienes abusan de una y otra parte, que no se dejan ver y que son los que realmente elevan los precios de los productos frescos. Descubrir de una vez por todas esas posibles manipulaciones de la libre competencia sería hacer un gran servicio público y, frente a mensajes contradictorios, haría justicia a quienes producen, venden y consumen.