El instinto de supervivencia de Obama salió a relucir el jueves. Con la finalidad de reactivar a sus votantes adormecidos, hizo un discurso duro contra la banca. Inspirado por un halcón como Volcker, el presidente pretende suprimir la existencia de una serie de tipos que, desde una mesa, pueden dedicarse a invertir con dinero prestado exponiéndose, a veces, a demasiados riesgos. Tanto que cuando una serie de bancos muy grandes lo hacen al mismo tiempo, se da un caso de riesgo sistémico. Y este proceso de apalancamiento sucede en la sombra. La cuestión reside en cómo encorsetamos este fenómeno de la manera más inteligente. Desde luego, la forma en que Obama ha lanzado el guante ha sido un error. No sólo por la incertidumbre que ha creado en unos mercados aún débiles, sino también porque hay que coordinar las medidas con el resto de países para que este negocio no se traslade a otros lugares como Hong Kong o Singapur. Ahora falta la letra pequeña, pero sí tenemos claro que no se debe prohibir esta actividad. No es lo mismo invertir en bolsa que en un derivado. Por eso, lo más inteligente es una mayor transparencia y ajustar el requisito de capital al tipo de inversión y su riesgo, o incluso usar filiales limitadas. Así no privaremos al mercado de una fuente de liquidez y beneficios. El Congreso de EEUU seguramente aprobará algo más diluido y tendrá que dilucidar dudas como qué apoyo se presta a la banca de inversión: si se la deja sin apoyo de la Fed y, por tanto, con el riesgo de hundirse como Lehman. Otra cuestión es si ese modelo podría beneficiar a los bancos españoles. Muchos interrogantes quedan abiertos.