España lleva gastado en Afganistán más del triple de lo que se desembolsó en Irak. Mientras que la intervención en el Golfo Pérsico costó unos 300 millones de euros, en Afganistán ya se han empleado al menos 1.000 millones de euros. Un dato que pone en entredicho una de las promesas electorales a las que el actual Gobierno ha sabido extraer un mayor rédito político. La retirada de las tropas de Irak cuestionó el interés de nuestro país en la zona, y esas mismas dudas pueden suscitarse ahora respecto al caso de Afganistán, a la luz de los resultados, los costes humanos -81 muertes en acto de servicio- y económicos del despliegue militar en el país asiático. El Gobierno ya parecer ser consciente del desgaste que esta situación puede generar, como demuestra que el ministro Alonso infravalorase el gasto en Afganistán declarando que se encontraba entre los 600 y 700 millones de euros, en lugar de los 1.000 millones. Alonso no contabilizó las pérdidas materiales de los accidentes, ni las compras urgentes de accesorios, ni el presupuesto destinado a proyectos de reconstrucción de la Agencia Española de Cooperación Internacional. Respecto a las pérdidas humanas, los ejércitos profesionales no pueden ser presentados como una ONG. Operan en situaciones de riesgo y desempeñan una labor que va más allá de la acción humanitaria. Por eso, el Gobierno debería abandonar cuanto antes la etiqueta de labor humanitaria para nuestras actividades en Afganistán. En este sentido, es sorprendente el alto nivel de críticas que se vertieron sobre los costes de la operación militar en Irak y, en cambio, en el caso de Afganistán, éstas han desaparecido. Y, por supuesto, resulta lamentable que sólo cuando hay pérdidas de vidas humanas conozcamos la verdadera naturaleza y dimensiones de la operación que se lleva allí a cabo.