La nueva aspiración de las cajas de ahorros es su internacionalización. Su salida al exterior no para dar un servicio complementario a sus clientes, algo que ya realizan desde hace tiempo, sino para competir en el territorio escogido con el resto de entidades financieras foráneas. No hay razón para vetar esta aspiración de las cajas, pero hay que introducir matices importantes. A veces, cuando estas entidades reclaman tener el mismo margen de actuación que los bancos, se olvidan de que el origen de las cajas debe, en buena lógica, implicar reglas de juego diferentes. Los bancos, sociedades anónimas, rinden cuentas a sus accionistas y para los aciertos y errores en su estrategia de negocio cuentan con el juez implacable del mercado. Si las cajas quieren salir al exterior, también deben, con el mecanismo que dé por válido el Banco de España, someterse a esa vigilancia. Su naturaleza no debe impedir que la entidad que quiera jugar un papel en otro sistema financiero dé a éste suficiente información y transparencia, ya que no podrá ofrecer una regla de reciprocidad. Eso, además, siempre que el Banco de España considere que la compra propuesta por la caja no ponga en juego su solvencia. No está sobre la mesa otra cuestión importante, y es la de las adquisiciones industriales en el exterior. No lo tienen vetado, de hecho alguna entidad tiene o ha tenido participaciones de ese tipo, pero desvirtúa, un poco más, el modelo de las cajas, las aleja de su actividad financiera, eleva el riesgo de estas entidades, con menos experiencia en estas aventuras, que, además, arrastran el lastre del influjo político y sus esclavitudes del que, como vemos en estos días, no se pueden desprender.