Imaginemos un casino -y disculpen el símil- en el que se anuncia, sin previo aviso, que la ventanilla ha dejado de canjear las fichas por moneda de curso legal hasta nuevo aviso. Y todo por un problema informático en los terminales de ventanilla. Naturalmente, algo así provocaría desasosiego en todo aquel con fichas aún en el bolsillo, y algunos - los más sensatos- se agolparían en la ventanilla presa del pánico exigiendo la pronta devolución de su dinero. Pues bien, Mt Gox, uno de los mayores y más líquidos mercados de Bitcoins, decidió la semana pasada congelar temporalmente las retiradas de fondos aduciendo problemas con el software de la plataforma. Y no ha sido éste un caso aislado. Otros mercados, como Bitstamp o BTC-e han sufrido problemas similares en los últimos días, parece que por culpa de ataques de piratas informáticos en esta ocasión. La consecuencia lógica de estos hechos ha sido un deterioro notorio y posiblemente irreversible en la confianza en el Bitcoin; y la consiguiente caída en su cotización. Este descenso ha sido especialmente acusado en Mt Gox, donde parece que ya ha cundido el pánico vendedor y el Bitcoin ha bajado de los 300 dólares cuando hace menos de tres meses valía más de 1.000 (más de un 70 por ciento de caída). Los orígenes Los Bitcoins son una invención de una persona o conjunto de personas bajo el pseudónimo de Satoshi Nakamoto, y fueron puestos en circulación por primera vez en 2009. Son generados por ordenadores que resuelven problemas matemáticos complejos. Estos problemas, cada vez más exigentes, limitan la oferta total de Bitcoins a unos 21 millones, siendo este quizá uno de sus principales atractivos. Ningún Banco Central puede lanzarse a crear Bitcoins masivamente, devaluando con ello los existentes. La otra ventaja -probablemente la más importante-, es que el Bitcoin puede circular libremente como el dinero en efectivo. Puede intercambiarse en más de 40 mercados por euros, dólares o yenes, por ejemplo, y las transacciones denominadas en Bitcoins no dejan rastro de sus tenedores, que pueden operar de manera anónima ahorrando además, con ello, en costes de transacción. El uso de tarjetas de crédito, por el contrario, requiere información personal de su titular. Por todo esto, y seguramente con un poco de ayuda por parte de los medios de comunicación, el Bitcoin se ha ido poniendo poco a poco de moda, revalorizándose agresivamente y describiendo con ello una bonita forma de tulipán. ¿Bitcoins a cuatro pesetas? La situación podría ser interpretada como una oportunidad. Pero el Bitcoin no es una moneda fuerte. No es el primer invento de su especie -ni probablemente el último-, ni un refugio fiable para el capital. No tiene el respaldo de ningún banco central, ni está garantizado por reservas de gobierno alguno. De hecho, las autoridades de algunos países han declarado la guerra al producto, que hace posible adquirir impunemente sustancias ilegales en Internet gracias al anonimato. Pero lo más peligroso es que, como en el caso de otros activos que no generan flujos de caja (el oro por ejemplo), su precio depende en gran medida del valor que le imputen sus tenedores. La cotización del Bitcoin es tremendamente volátil y cualquier pánico puede degenerar rápidamente en la evaporación de su valor en ausencia de una autoridad garante. El desplome podría derivar igualmente del surgimiento de cualquier alternativa mejor. De las burbujas sólo se pueden constatar dos cosas, que existen y que nadie sabe cuándo van a explotar. El Bitcoin ya ha dado un aviso.