Érase una vez una mutua que decidió convertirse en sociedad anónima. Pero para que su transformación se pudiera llevar a cabo, tenía que adquirir su división de seguros de automóviles, para lo que usó una poción infalible llamada ampliación de capital.Con la increíble metamorfosis de su compañía, todos los mutualistas que lo desearon se convirtieron, mágicamente, en accionistas. Y para ser accionistas, era necesario contar con el papel que les acreditara como tales. ¡Alehop! Mapfre chasqueó los dedos -previo permiso de los gobernantes de un reino llamado CNMV-, y llovieron sobre el parqué 1.080,8 millones de nuevas acciones, por lo que la recién nacida sociedad anónima consiguió duplicar su peso en la bolsa española. Los inversores, hechizados por esta mágica tormenta, decidieron que ellos también querían formar parte de aquel acontecimiento. Así fue como los títulos de Mapfre consiguieron, en la última sesión de la semana, anotarse una subida del 2,13 por ciento, para despedir la sesión en los 3,8 euros. La compañía fue de las más alcistas de la desanimada bolsa española, y consiguió romper el maleficio de cinco jornadas en las que el rojo tiñó su cotización.Después de su conversión, a Mapfre sólo le queda encontrar el conjuro que ponga a los expertos de mercado de su parte, tal y como están los inversores. Y es que de las seis firmas que han emitido recomendación en 2007, según la agencia Bloomberg, sólo una -Ibersecurities- recomienda comprar. El resto se muestra prudente, y predominan los consejos de venta de firmas de tanto peso como JPMorgan y Citigroup.