El economista dedicó varias obras a analizar los episodios eufóricos en las bolsasmadrid. "Ni la legislación ni un conocimiento de la economía más ortodoxa protegen al individuo y a la institución financiera cuando vuelve la euforia". El economista de origen canadiense John Kenneth Galbraith lo tenía claro: cuando el germen del entusiasmo incontrolado se instala entre los inversores bursátiles, no hay nada que hacer. La batalla está perdida. Como él mismo escribió, "el episodio de la especulación nunca termina con una lamentación y siempre con un choque violento". Estas ideas cobran ahora un significado especial, porque Galbraith falleció el pasado sábado en Estados Unidos a los 97 años de edad. Sin embargo, para los inversores y todas aquellas personas que se sientan atraídas por los mercados financieros dejó un rico testamento en forma de libros. Principalmente dos, El crac del 29 (1955) y Breve historia de la euforia financiera (1990). La historia regresaEn el primero, analiza la crisis bursátil más famosa de todos los tiempos, la que estalló en 1929 con epicentro en Wall Street y que dio lugar a la Gran Depresión de los años treinta. En esta obra, ofrece un relato esclarecedor de los excesos que condujeron a esa crisis, como la burbuja inmobiliaria que se fue formando en Florida durante los años previos. Y no elude identificar a los responsables o a quienes no hicieron lo suficiente para paliar los efectos del desplome de los títulos. Centra sus miradas en la miopía de los dirigentes políticos, que apadrinaron y bendijeron una subida bursátil que parecía no tener límite, y en la Reserva Federal, el banco central de Estados Unidos. La terquedad de este organismo le llevó a no inyectar más dinero en la economía cuando estallaron los problemas, una actuación que incrementó el impacto negativo del hundimiento de las acciones. Treinta y dos años después de la primera edición de El crac del 29, Galbraith demostró que el suyo no era un libro de batallitas, sino que contenía consejos prácticos que resultaban válidos para cualquier época. Lo hizo anticipando el crash que sufrió la Bolsa de Nueva York en octubre de 1987. A comienzos de ese año, el economista estadounidense se atrevió a predecir en el mensual The Atlantic que tarde o temprano iba a llegar "el día de rendir cuentas..., cuando el mercado descienda como si nunca fuera a detenerse". A su juicio, la escalada del precio de las viviendas y de las cotizaciones de bolsa ofrecía similitudes con lo acontecido en 1929, de ahí que se mostrara tan pesimista. Para desgracia de los inversores, los hechos dieron la razón a Galbraith. El lunes 19 de octubre de 1987, el índice Dow Jones perdió un 22,6 por ciento, la mayor caída diaria de toda su historia. Posiblemente, Galbraith no se alegró de haber acertado, pero ese desplome supuso un nuevo espaldarazo para su libro, del que volvieron a lanzarse nuevas ediciones. RecopilaciónEste éxito le animó a escribir un escueto tratado, titulado Breve historia de la euforia financiera, sobre los elementos comunes de las grandes crisis bursátiles de la historia. Con esta obra pretendió hacer "una exhortación a la cautela", como expone en el prólogo, de quienes participan en los mercados bursátiles. Galbraith parte de la premisa de que la euforia especulativa acaban volviendo -"son unos fenómenos recurrentes"- porque los inversores no tienen memoria a largo plazo - "el desastre se olvida rápidamente"- y esto les lleva a cometer periódicamente los mismos errores. De hecho, el autor se sorprende de la facilidad con la que se forma una burbuja. Basta con que aparezca "cualquier artefacto nuevo y deseable" para que la maquinaria de la especulación se active. Ese elemento, que en el siglo XVII fueron los tulipanes y que hace menos de una década correspondió a Internet, dispara las compras y los precios hasta que nadie quiere quedarse fuera. Todos desean estar dentro al precio que sea porque su inteligencia les permitirá retirarse a tiempo... Pero al final sólo unos pocos lo consiguen. Así de sencillo. Demasiado tal vez. Pero, como el propio Galbraith concluye, "habrá otro de esos episodios, y otros más después". Él ya no los verá, pero sí las obras que lo anticipan.