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Carmen Borrego, estrella de un espectáculo bien pagado y vacío pero útil para no pensar en nada importante


Lucas del Barco

Por las calles del ego, donde las inseguridades suelen pasearse en bata y rulos, ha pasado una mujer que ya no se reconoce en el reflejo que un día la miró con desdén. Carmen Borrego, heredera material de María Teresa Campos y súbdita del linaje mediático más contradictorio de la televisión rosa, nunca vistió el corsé de la discreción y no tuvo jamás pudor a la hora de subiese al trono del dinero fácil, de la exclusiva fabricada, de cobrar por posar y dar palos a su familia si le pagan las 30 monedas. Por dinero baila el perro, o habla, o se opera o lo que haga falta. Es una mezcla de egoísmo, vagancia, apego al dinero fácil, falta de valores, ética, principios y moral o tal vez haya algo de narcisismo moderno: la portada de una revista en bañador, con bisturí en mano —metafóricamente— y sin una arruga que le contradiga la sonrisa.

Camino de los 59, el cuerpo de Carmen ya no pertenece al tiempo, sino a la ciencia estética. Cada centímetro cuadrado ha sido conquistado por una legión de doctores que, bisturí en alto, han ido desmontando los complejos uno a uno como si fueran muebles viejos. La blefaroplastia le costó 3.500 euros, que es lo que cuesta hoy en día mirar al pasado sin que los párpados lo delaten. A eso se le suman 2.500 euros en hilos tensores que, más que tensar la frente, han estirado el relato de la reinvención.

Y como quien se reinventa no se detiene a medio camino, Borrego ha sometido su cuello a dos liftings, 8.000 euros por capítulo, como si el tiempo pudiera reescribirse con bisturí. De la papada se despidió con 4.000 euros, y de las arrugas con sesiones periódicas de bótox y ácido hialurónico, 300 euros por cada intento de borrar las huellas del calendario.

La sonrisa, antaño olvidada en el margen de las fotos familiares, ha sido redibujada con carillas y ortodoncia por 12.000 euros, una cifra que en otros contextos daría para una escapada a Florencia o un coche modesto, pero que aquí sólo cubre el precio de una boca nueva. Menos que la de su ex nuera, otro personaje cuya vida no tiene nada que ver con el arte ni el deporte ni nada que debiera importantes como la salud o la hipoteca o la situación política o las guerras. Pero que lleva horas de televisión vacías como las calorías vacías o portada de pago para llevar a gente a los kioscos a cambio de un rato de no pensar en nada importante, es decir, en qué le pasa a esta pobre mujer que se exhibe así por una limosna y hasta desprecia a su sobrina si la tarifa sube.

Carmen Borrego, la que fue el "patito feo" de un clan televisivo, se ha convertido en un cisne de quirófano, una figura tallada con precisión de escultor y pagada con exclusivas. Ya no necesita hablar: su nueva piel lo hace por ella. Y entre entrevista y entrevista, nos recuerda que en estos tiempos, la autoestima no siempre se construye, a veces simplemente se compra.