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Jeff Bezos inunda su noche de bodas veneciana de famosos y opulencia: la ostentación de Rocket Man

Jeff Bezos y Lauren Sánchez, en Venecia

Lucas del Barco

Venecia ha sido muchas cosas: la dama más húmeda de Europa, la ciudad que se hunde bajo el peso de su propio mito, el escenario donde Casanova dio sus primeros pasos de comedia erótica. A partir de ahora, también será el lugar donde Jeff Bezos y Lauren Sánchez, con sonrisa recauchutada permanente, celebraron una boda que pareció un desfile de los dioses enloquecidos por sus almas de celebrities. Ese caballero que no tiene un pelo de pobre, aquel que un día decidió vender libros desde un garaje y acabó montado en un cohete, ha querido que su unión fuera inolvidable, como todo el mundo.

Y lo ha logrado, aunque quizá por razones distintas a las que esperaba. Porque si algo ha quedado claro, es que incluso en la ciudad más bella del mundo, el dinero, cuando se desborda, no cubre el alma, sino que la hace brillar con ese fulgor algo obsceno de las joyas bajo un foco demasiado directo. La ceremonia tuvo lugar en San Giorgio Maggiore, una isla sobria y perfecta, salpicada de cipreses y de mármol. Esa iglesia la diseñó Palladio, cuyo nombre real fue Andrea di Pietro della Góndola (Padua, 1508-Maser, 1580), el arquitecto de la República de Venecia quiso que se viera desde la plaza de San Marcos (Piazza San Marco, para sentirnos como en un anuncio de Dolce & Gabbana, tomando un Martini carísimo allí sentados), que ya tenía cinco o seis siglos de antigüedad, ya era para los poderosos de la época como un anhelo blanco al otro lado del agua. Este viernes, el templo tuvo que conformarse con ser la coartada estética de una fiesta de tres días, cuyo coste estimado de 30 millones de euros convirtió a Venecia en un escaparate sin disimulo de los excesos del siglo XXI.

A cambio, eso sí, los recién casados ofrecieron tres millones como propina a la ciudad. El gesto fue recibido con una mezcla de ironía y resignación veneciana: "No reyes, no Bezos", proyectaron con láser verde sobre el campanile. Hasta los grafitis aquí tienen clase.

Todo empezó el jueves en el claustro de la Madonna dell'Orto, nada que ver con la cantante de Like A Virgin: la iglesia se construyó por los Humiliati a mediados del siglo XIV, y el diseñador fue Tiberio da Parma. Este jueves, allí llegaban las lanchas-taxi como góndolas del cine mudo, repletas de rostros convertidos en marca registrada: Ivanka Trump, los Kardashian, Oprah, Bill Gates, Orlando BloomUn casting enloquecido de lo que en estos tiempos se entiende por élite.

DiCaprio

En medio de la muchedumbre iluminada por flashes se descubrió al guapo Leonardo DiCaprio, quien, a sus 50 espléndidos años, llegaba por supuesto escoltado por una veinteañera y delatado por una gorra más grande que su ego. Nada nuevo bajo la gorra del protagonista de Titanic.

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La música sonó nostálgica, con Mina, Peppino di Capri y Albano, como si alguien hubiera querido rendir homenaje a una Italia que ya solo vive en la memoria y en las cartas de menú para turistas. Pero la tormenta llegó sin invitación, empapando vestidos de alta costura y destruyendo peinados de peluquería suiza. Lo curioso fue ver a los asistentes riéndose bajo el chaparrón, como si el agua también estuviera en nómina. Este viernes, los más madrugadores pudieron desayunar entre glicinas y jazmines en los jardines de Villa Baslini, que un día encantaron a Hemingway y ahora se alquila online por cifras obscenas. Allí, los asistentes recuperaron fuerzas antes de la ceremonia principal, una postal diseñada por el algoritmo de un director artístico: al atardecer, bajo la luz dorada de la laguna, en el Teatro Verde, rodeado de mármol y pinos.

Se pidió a todos los invitados que acudieran con estilismo de El gran Gatsby, y nadie defraudó. Vaya metáfora para reírse de la decadencia y el exceso. (Espóiler: esperemos que Bezos, menos guapo pero más rico, no despierte tantas envidias como Jay Gatsby para acabar flotando boca abajo en una piscina).

La noche terminó —o se transformó en otra cosa— con una pista de baile flotante junto a la isla. Allí se vio danzar a figuras inidentificables entre fuegos artificiales, mientras Matteo Bocelli ponía la voz y los postres de Cédric Grolet, con más capas que una ópera de Verdi, iban desfilando por bandejas de plata. Se habla de una fiesta final con máscaras dieciochescas, y que estarán Lady Gaga y Elton John para cantarle a Rocket Man.