Casas Reales

Insisten en que el Rey Carlos III ha rechazado la quimioterapia en favor de tratamientos menos agresivos: camina con bastón

El rey Carlos III ha reaparecido en Escocia y camina ayudándose con un bastón

Sara Tejada

En las lejanas tierras de Caithness, donde el viento del norte silba entre páramos salpicados de brezo y las gaitas resuenan con la solemnidad de siglos, el rey Carlos III ha reaparecido. Con 76 años y un diagnóstico de cáncer a cuestas, el soberano ha inaugurado su retiro estival asistiendo, como cada año, a los Mey Highland Games, un ritual escocés que no es solo folklore ni tradición, sino también una declaración de pertenencia, de memoria y de resistencia.

Y en su andar, más lento y pausado que nunca, va dejando una estela de estoicismo. Porque en el fondo, incluso rodeado de gaiteros y bailarines, el rey está solo frente al tiempo. Aunque Camila lo espere en Balmoral, aunque su prima le acompañe entre la muchedumbre, aunque el mundo lo observe, aunque los diarios hablen. Carlos camina con un bastón, sí. Pero también con la dignidad de quien ha aprendido que reinar es, sobre todo, sostenerse.

Fue su bastón lo que acaparó las miradas

En John O'Groats, el último confín del mapa británico, donde el mar del Norte muerde la costa con dientes de espuma, Carlos caminó entre la multitud enfundado en el uniforme emocional de las Highlands: kilt de tartán, chaqueta de tweed, calcetines altos y ese pequeño puñal ceremonial —sgian dubh— que solo los zurdos colocan en el calcetín derecho, como manda la tradición. Entre danzas, lanzamientos de troncos, cabellos blancos y saludos pausados, el rey saludó con una sonrisa cansada pero firme.

Pero fue su bastón lo que acaparó las miradas, más que el tartán, más que el whisky o el saludo al artesano local. Un walking stick de líneas nobles y madera oscura le acompañaba como una sombra digna, más simbólica que médica, aunque los rumores no distinguen entre lo uno y lo otro. El rey usa bastón, sí, y aunque en palacio aseguran que no es una ayuda funcional sino un guiño a las costumbres del campo, lo cierto es que la imagen de un monarca en tratamiento oncológico sujetándose al mundo con la punta de un bastón tiene más peso que cien comunicados oficiales. Carlos camina, observa, toca las manos de los suyos, bromea, bebe un sorbo de whisky escocés que arde con dignidad entre las vísceras, y ríe.

No es la primera vez que lleva un bastón: ya se le ha visto en Windsor, en Chelsea, incluso en Balmoral

Pero hay una lentitud nueva en sus pasos, una fragilidad reciente que no se maquilla con tweed ni con tradiciones ancestrales. No es la primera vez que lleva un bastón: ya se le ha visto en Windsor, en Chelsea, incluso en Balmoral. Pero esta vez es distinto. Esta vez el bastón no es un adorno: es un síntoma. Camila no estuvo. Faltó el brazo cómplice que lo ha acompañado desde el principio de esta enfermedad silenciosa. En su lugar, la figura cálida de Lady Sarah Chatto, su prima, llenó los vacíos con conversación pausada y risas discretas. El Rey, que ha hecho de la compostura una segunda piel, se permitió gestos espontáneos, como llevarse la mano a la frente ante una exhibición de fuerza o dedicar una mirada larga al cielo que no sabemos si agradecía o preguntaba.

Mientras tanto, en Londres y en California, los ecos de la familia Windsor seguían latiendo en otro registro. El príncipe Harry, siempre a medio camino entre el exilio y la nostalgia, ha vuelto a hablar. "Me encantaría una reconciliación con mi familia", ha dicho. Sus palabras, más que una súplica, sonaban a reloj de arena. "No sé cuánto tiempo más estará aquí. La vida es preciosa", confesó con la sinceridad de quien ya no tiene nada que perder. Aunque no mantiene contacto directo con su padre, dejó caer que conoce detalles de su estado por otras vías: "Todo podría solucionarse si él dejara que los expertos actuaran".

Las palabras de Harry, unidas a los informes de medios estadounidenses como NewsNationNow, que aseguran que el Rey Carlos III ha rechazado la quimioterapia en favor de tratamientos menos agresivos, han hecho saltar las alarmas. Una fuente cercana, citada sin rodeos, ha dicho: "Carlos es un hombre enfermo, y sí, tiene cáncer". El rey negó la gravedad pero los rumores persisten. Y el bastón mo ayuda a disiparlos. Ese hombre de manos grandes y voz templada parece estar librando su batalla con la misma discreción con la que se toma el té: sin dramatismos, pero sin pausa.

Y mientras el trono sigue su curso —imperturbable y ceremonial—, la vida privada del soberano encuentra pequeñas chispas de alegría. Como ya avanzamos, su sobrino Peter Phillips, hijo de su hermana, la princesa Ana, ha anunciado su compromiso con Harriet Sperling, una mujer discreta y alejada de la primera línea mediática. Después de más de un año de relación silenciosa, habrá boda. Quizá sea esa la excusa que la familia necesita para reunirse, como en los viejos tiempos, antes del Megxit, antes de las entrevistas, antes del dolor y de la distancia. En los Mey Highland Games, entre los ecos de la gaita y el olor a turba mojada, el rey Carlos III ha querido seguir siendo eso: rey. No por decreto ni por linaje, sino por la obstinación de cumplir con su gente, con su madre ya muerta, con su abuela que fundó este festival hace más de medio siglo. Entre tanto, camina con bastón. Camina con historia. Camina con enfermedad. Camina.