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Camila Parker Bowles se casó con Carlos hace 20 años: la reina silenciosa que redefine la corona británica


Informalia

Camila Parker Bowles y Carlos, viudo entonces de Diana de Gales, se casaron el 9 de abril de 2005. Camila, divorciada y nacida en Londres en 1947, siempre fue vista como la sombra de la corona británica, una figura que jamás ocuparía el trono, al menos en el imaginario colectivo de aquellos que seguían de cerca la vida de la familia real. La historia de amor que comenzó en 1970, durante una competencia de polo en Windsor Great Park, se enredó entre matrimonios, divorcios, amores furtivos y escándalos públicos, hasta que, finalmente, en 2005, Camila se convirtió en esposa del entonces príncipe de Gales, Carlos. Si alguien hubiera predicho que, al final de los días, ella llegaría a ser la reina consorte de una monarquía británica que atraviesa tiempos de turbulencia, pocos lo habrían creído. Y, sin embargo, este 9 de abril se celebra el vigésimo aniversario de uno de los matrimonios más improbables, pero también más exitosos, en la historia reciente de la realeza británica.

Parece que fue ayer cuando la princesa Diana se cruzó en el camino de Carlos y Camila, forjando una relación clandestina que se convirtió en el epicentro de escándalos mediáticos y emociones polarizadas. Diana era la "princesa del pueblo", un símbolo de belleza y sufrimiento que se convirtió en la figura mítica de la monarquía. Camila, por otro lado, era la mujer que había sido descartada, la amante condenada por el dedo acusador de la sociedad y la prensa. Pero el tiempo, que todo lo nivela, ha sido el juez más sabio. Hoy, veinte años después, la reina consorte ha logrado, si no conquistar el corazón del pueblo británico, sí al menos asegurar un lugar estable al lado de su esposo, Carlos III.

El monarca, a sus 76 años, no goza del mismo fervor popular que su madre, la legendaria Isabel II. Pero, curiosamente, la estabilidad y serenidad que le otorga su matrimonio con Camila parecen haber marcado una diferencia fundamental en su capacidad para gobernar. En su reciente libro Charles III: The Inside Story, el periodista Robert Hardman describe a Camila como un "personaje intrínsecamente alegre", un ser que no solo alegra la vida del rey, sino que es capaz de levantar el ánimo de todos los que la rodean. Es una mujer que, en su esencia, se ríe de sí misma y de las solemnidades inherentes a la familia real. Quizá eso sea lo que le ha permitido superar las adversidades de su relación con Carlos, una historia marcada por la clandestinidad y las críticas implacables.

El matrimonio de Carlos y Camila no fue fácil ni rápido. De hecho, hasta la muerte de Diana en 1997, el camino hacia la legitimación pública de su amor fue tortuoso. El proceso de rehabilitación que comenzaron los dos en privado se dio a conocer al mundo en una fiesta celebrada en Highgrove, en 1997, por el 50 cumpleaños de Camila. Sin embargo, la presencia de Diana en los corazones de los británicos, una figura inmortalizada por su trágica muerte, congeló durante años cualquier intento de aceptación pública. Sería hasta 2005 cuando Camila finalmente se convirtió en esposa de Carlos, en una ceremonia que fue seguida por un servicio religioso en la capilla de San Jorge, pero la sombra de Diana seguía presente.

A pesar de su historia, Camila nunca trató de desplazar a Diana, y esa fue su verdadera victoria. No necesitaba el título de princesa de Gales, porque entendía que su papel dentro de la familia real iba más allá de los títulos. Isabel II, al final de sus días, reconoció la valía de Camila, y uno de sus últimos deseos fue que, al acceder al trono, Carlos tratara a su esposa como reina consorte. Una decisión que, a pesar de la controversia, se convirtió en un acto de reconocimiento mutuo, tanto por parte del monarca como por parte de la nación.

En los últimos tiempos, y especialmente durante los problemas de salud de Carlos III, Camila ha demostrado su capacidad para mantener la calma en momentos de turbulencia. No solo ha estado al lado de su esposo durante sus tratamientos contra el cáncer, sino que también ha seguido cumpliendo con sus compromisos oficiales, y ha promovido causas sociales que reflejan su verdadero compromiso, como la lucha contra la violencia de género y la promoción de la lectura infantil.

El trabajo de Camila, aunque a menudo invisible, se ha basado en un enfoque consistente y discreto. Nunca ha sido una mujer que busque acaparar los focos de atención; su éxito reside en su capacidad para respaldar a Carlos, mientras construye su propio espacio dentro del papel que desempeña como reina consorte. Es cierto que la aceptación popular de Camila aún está lejos de ser unánime. Los datos de sondeos como los de YouGov revelan que, aunque un porcentaje significativo de los británicos tiene una imagen positiva de ella, la visión negativa sigue siendo fuerte. Sin embargo, esta falta de unanimidad es comprensible, dada la complejidad del personaje y su historia dentro de la familia real.

Carlos III ha aprendido, a su manera, a mostrar un rostro más accesible y cercano, algo que hasta ahora había evadido. El monarca, conocido por su introspección filosófica y su tendencia a alejarse de los asuntos públicos, ha conseguido humanizar su figura gracias al apoyo y el ánimo de Camila. El trabajo de ambos ha sido incansable, un esfuerzo conjunto para construir una imagen de estabilidad y de cercanía en tiempos de incertidumbre.

La relación entre Carlos y Camila ha demostrado que el tiempo tiene el poder de sanar heridas y redefinir a las personas. Lo que comenzó como un amor prohibido y condenado por la opinión pública, hoy es una pareja que ha logrado hacer de su historia un símbolo de resiliencia. Aunque la figura de Camila nunca será completamente aceptada por todos, su papel como reina consorte es indiscutible. Su historia es una de amor, pero también de lucha, de entender que el lugar que uno ocupa en el mundo no se gana con títulos, sino con el compromiso, la paciencia y la capacidad para, finalmente, reírse de sí mismo.