Casas Reales
La mujer de Nicolás de Grecia es republicana y no quiere ser princesa: entre la discreción y el respeto a Tatiana Blanik
Sara Tejada
Publicábamos a finales del pasado mes de diciembre que los sobrinos de doña Sofía se habían hecho republicanos para poder volver a ser griegos. No era una broma. El hermano pequeño de nuestra reina Emérita, el Rey Constantino, fallecido hace dos años, nunca renunció a sus derechos dinásticos pero sus hijos, para poder tener la nacioalidad han tenido que apostatar: renunciar a sus derechos al Trono. O sea, abrazar la República. Después de Jroña que jroña (años y años, en el idioma de Homero) esperando la nacionalidad helena, la familia materna de Felipe VI la ha conseguido pero ha pagado un precio.
Y ahora resulta que la flamante segunda esposa de Nicolás de Grecia no quiere que le digan "princesa". Por tanto, no parece muy contrariada Chrysi Vardinoyannis porque su marido Nicolás y todos los hijos de Ana María de Grecia se hayan hecho republicanos a pesar de sudar sangre azul por los cuatro costados: pertenecen a la Casa de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, también llamada Casa de Glücksburg, una rama de la dinastía danesa de Oldemburgo. La sangre de Constantino (como la de sus hermanas la reina Sofía y la princesa Irene), era por parte de madre aún más azul: Federica de Grecia era bisnieta del emperador alemán Federico III y de la princesa Victoria de Sajonia-Coburgo-Gotha, o sea, descendiente de la reina Victoria del Reino Unido. Pues ahora son republicanos.
Como vemos, en esta maraña de los linajes europeos, donde cada enlace matrimonial parece tejido con hilos de conveniencia y abolengo, hay giros inesperados que descolocan incluso a los más curtidos en la crónica social. "Tatiana Blatnik ha salido del grupo". Esa frase imaginaria podría haber aparecido en el chat familiar de los descendientes de Ana María de Grecia la noche en que Nicolás, el hijo del depuesto rey Constantino, volvía a casarse tras 15 años en los que su otra esposa compartió su título de princesa consorte. Entraba en el grupo familiar Chrysi Vardinoyannis, la multimillonaria griega que ha decidido que el linaje no necesita otro emblema regio colgado de su nombre.
La historia es la de un relevo frío, elegante y silencioso. Nadie en la Casa Real griega se refiere a Chrysi como princesa, ni como Alteza, ni siquiera con el más mínimo barniz cortesano. Tal vez alguna corona en los logotipos de invitaciones. Pero ella aparece simplemente como "señora Chrysi Vardinoyannis" en los comunicados oficiales. Es una sutileza que delata que las apariencias importan. En Grecia, donde la monarquía es un fantasma que deambula en el recuerdo de algunos nostálgicos, no hay necesidad de añadir más pompa.
Pero los gestos son traicioneros. En su discreta boda, Chrysi decidió no usar el título, pero sí la tiara del Corsario. La misma joya de diamantes que portó Tatiana cuando se casó con Nicolás hace más de una década. Es una pieza que arrastra la historia de la dinastía, prestada siempre por Ana María de Grecia a todas las novias de sus hijos. No importó lo simbólico del objeto, ni su peso en la memoria reciente. Chrysi adornó su cabeza con la tiara y dejó esa imagen para la historia.
No ha habido estridencias en esta nueva unión. La boda, que reunió a reinas, princesas y potentados de la aristocracia empresarial, se celebró con un bajo perfil mediático. No es que los novios sean desconocidos. Nicolás de Grecia, con su porte regio en un país que lo ha convertido en un ciudadano más, no necesita presentación. Y Chrysi, de una familia cuya riqueza eclipsa cualquier título nobiliario, no precisa de más honores para sostener su posición.
Los Vardinoyannis son los auténticos príncipes empresariales de Grecia, aunque no de sangre azul. En el mundo de los negocios, su apellido pesa más que un título otorgado por derecho de nacimiento o matrimonio. El tío de Chrysi es un magnate de la navegación, un coloso en el sector del transporte marítimo, con tentáculos financieros que se extienden a todos los rincones del planeta. Su padre, por su parte, presidió el Panathinaikos, el club de fútbol con más historia en Grecia. Desde pequeña, Chrysi creció entre el poder y la influencia, consciente de que su apellido era una llave que abría más puertas que una corona.
Para colmo, Chrysi estuvo casada con Stefanos Sakellarios Xypolitas, más conocido como Nino, un cantante griego de origen sueco que alcanzó la fama tras su paso por el reality Fame Story. Su matrimonio con el artista duró cinco años y fruto de esa relación nacieron sus dos hijos, Giorgos y Karen Agapi. Ahora, casada con un príncipe sin trono, su historia adquiere una nueva dimensión.
Ser princesa en Grecia no viste tanto como en otros lares. La historia reciente del país es un recordatorio constante de ello. La monarquía griega cayó en desgracia tras la dictadura de los Coroneles, cuando el joven Constantino II, padre de Nicolás, fracasó en su intento de reconducir la situación política con un contragolpe militar. Derrocado y obligado al exilio, nunca renunció a sus derechos dinásticos, pero tuvo que aceptar que su reino se convirtiera en la República Helénica, que no lo quería de vuelta.
Los lazos con la realeza europea, sin embargo, jamás se rompieron. Constantino II era hermano de la reina Sofía de España y cuñado de la reina Margarita de Dinamarca, pariente de Felipe de Edimburgo, incluso de Isabel II, de los Hannover... No obstante, su figura quedó en el limbo entre el exilio dorado y la nostalgia de un poder perdido. Y con él, su familia, incluidos Nicolás y sus hermanos, tuvieron que adaptarse a un país donde la realeza es vista por muchos como una reliquia incómoda del pasado. Cuando no algo peor.
El matrimonio de Nicolás con Chrysi Vardinoyannis es un síntoma de los tiempos. No es solo una cuestión de amor o de conveniencia social. Es una confirmación de que los títulos han perdido su peso frente a los apellidos que controlan el capital y el poder real. Chrysi no necesita ser princesa porque, en el mundo donde se mueve, ese título es casi un lastre. Mientras tanto, Tatiana Blatnik no ha quedado del todo fuera del relato. Su metafórica salida del grupo de WhatsApp de la Familia Real griega es solo un trasunto de una realidad mayor. Su tiempo como princesa terminó el mismo día en que se firmaron los papeles del divorcio.
Tatiana habló
A los pocos días de la boda de su ex marido, Tatiana habló. No se refería al enlace en su publicación, pero sus palabras, elegidas con la precisión de quien quiere comunicar sin herir, respondían al eco de ese acontecimiento. "Un agradecimiento especial a quienes me ayudan a mantenerme fuerte, física y emocionalmente, y en todos los aspectos importantes", escribía, dejando claro que no se enfrentaba sola este periodo de cambios. Su decisión de quedarse en Grecia es una afirmación, una forma de plantar raíces en un terreno que ahora era suyo, más allá de los lazos reales. "Cuando me preguntan si seguiré viviendo en Grecia, mi respuesta nunca ha sido tan rotunda: sí", declara. Grecia, con su mar que no juzga y sus montañas que callan, se ha convertido en su refugio, en el escenario perfecto para una reconstrucción silenciosa. Y en Grecia, donde los títulos han perdido su brillo y la realeza es solo un eco lejano, Chrysi Vardinoyannis ha tomado la decisión de asumir la república, prescindir de la pompa y del título de princesa y quedarse solo con el poder real. El de su fortuna.