Casas Reales

La cárcel de su padre y el sonado divorcio: cómo han afectado a los hijos de Cristina y Urdangarin los escándalos


Sara Tejada

Al principio fueron niños rubios y bien peinados corriendo por los jardines de Zarzuela, figuras menudas con uniformes de colegio francés y miradas limpias que aparecían en las revistas junto a sus primos Borbón, ajenos al peso del linaje y a la rueda de la historia. Luego, el tiempo hizo su trabajo y la infancia dio paso a una juventud que ha debido aprender a caminar sobre el filo de la herencia y el escándalo.

La cárcel de su padre y el divorcio de sus padres fueron las grietas más profundas en la estructura de cristal en la que crecieron Juan, Pablo, Miguel e Irene Urdangarin. Un apellido que, a pesar de su linaje, ha terminado cargado de un significado distinto: el de la caída, el juicio y la redención pública. Hoy, los cuatro hijos de la Infanta Cristina e Iñaki Urdangarin intentan mantenerse a flote en aguas que siempre están agitadas. Algunos han elegido la discreción, otros la exposición controlada. Pero todos han tenido que encontrar su propia forma de habitar el mundo después de que su apellido dejara de ser sinónimo de intocabilidad.

El primogénito siempre fue el más discreto: Juan Urdangarin nació con la seriedad de quien intuye que le ha tocado ser el custodio de una historia familiar

Esa historia ya pesaba antes de que él llegara al mundo. Nunca ha querido protagonismo ni portadas. Su refugio ha sido el anonimato dentro de la realeza, una existencia casi monacal si se compara con la de sus primos. Cuando su padre fue condenado por corrupción y enviado a prisión, él tomó un camino distinto al de la defensa pública o la queja. Huyó del ruido, primero a proyectos solidarios y luego a Londres, donde trabaja en la Fórmula E como ayudante de producción. No concede entrevistas, no se pasea por photocalls, no hace declaraciones. Juan ha optado por ser un príncipe sin corte, un aristócrata sin fiesta. En los eventos familiares, es el que aparece en las fotos como si estuviera de paso, el que siempre parece listo para salir de escena.

Pablo, en cambio, no ha tenido más remedio que asumir que lo suyo es la exposición

Con su físico de atleta y su carrera como jugador de balonmano en el Fraikin BM Granollers, Pablo ha terminado por ser el más mediático de los hermanos. Lo suyo no es la política ni la empresa, sino el deporte, una vía de escape que ha encontrado en la disciplina y la rutina del entrenamiento la mejor forma de no perderse en la tormenta familiar.

Cada vez que salta a la cancha, hay cámaras que lo siguen. Cada vez que hace una declaración, los titulares la amplifican. Y, sin embargo, ha logrado moverse en este mundo con una naturalidad que no parece impostada. Su relación con Johana Zott, una jugadora de voleibol con la que comparte la pasión por el deporte, se ha vivido sin alardes, sin el dramatismo de otros romances reales. Pablo ha demostrado ser el más templado cuando se trata de hablar de la separación de sus padres. Con una madurez que muchos no esperaban, se ha limitado a decir: "Son cosas que pasan. Nos vamos a querer igual, es algo que tendremos que hablar en familia". En esas palabras hay una mezcla de resignación y aprendizaje: sabe que el apellido Urdangarin ya no tiene la inmunidad de otros tiempos, pero también que la vida sigue.

Miguel, el tercero, es un caso curioso

No es tan discreto como Juan ni tan mediático como Pablo. Se ha movido en la frontera entre la normalidad y el apellido, entre la exposición y la vida privada. Estudió biología marina en la Universidad de Southampton, alejado de la burbuja en la que creció. Su gran amor es el océano, los corales, los tiburones que no lo reconocen como un Urdangarin. Su vida ha sido un intento de integrarse en un mundo donde su apellido no importe. Pero el apellido siempre pesa.

Su relación con Olympia Beracasa, una joven venezolana con una fortuna considerable, lo ha puesto en el radar de los medios. No es un escándalo, ni mucho menos, pero sí una historia que alimenta la crónica social. A Miguel lo sorprendió la noticia de la separación de sus padres mientras se recuperaba de una lesión de esquí en Suiza. Ese accidente le dio la excusa perfecta para refugiarse un tiempo en la Zarzuela, cerca de su madre y de su familia. En él se percibe la tensión de quien quiere un futuro normal pero sabe que siempre será observado con otros ojos.

Irene Urdangarin: la niña que creció en medio del escándalo

Irene tenía 11 años cuando su mundo se desmoronó. Para ella, la detención de su padre y el juicio fueron el telón de fondo de su adolescencia. A diferencia de sus hermanos mayores, que pudieron vivir una infancia dorada, Irene creció con la sensación de que su apellido era una herida abierta en la monarquía española. Quizás por eso ha sido la más camaleónica. De una infancia recatada pasó a una adolescencia en la que ha abrazado con naturalidad la modernidad y las tendencias. Su año sabático la llevó de Camboya a Ginebra y Madrid, un viaje que parecía también una búsqueda de identidad. Ahora estudia en la Universidad de Oxford, una elección que habla de su ambición de construir su propio camino lejos del escándalo. Su relación con Juan Urquijo ha sido un tema de conversación en la prensa del corazón. Primero discreta, luego inevitablemente pública, la pareja ha protagonizado titulares después de que se les viera juntos en un safari en Madrid y, más tarde, en el cumpleaños del Rey Juan Carlos en Abu Dabi. Irene, al igual que sus hermanos, ha aprendido que el apellido Urdangarin es un billete de ida y vuelta a la notoriedad. Puede intentar escapar, pero siempre habrá un fotógrafo en la esquina, esperando el momento exacto para inmortalizar su vida.

Los hijos de Cristina e Iñaki han crecido en una paradoja

Fueron criados para ser parte de la realeza, pero su apellido terminó siendo una carga más que un privilegio. No son Borbones (son medio Borbones), no son intocables, no son figuras de un cuento de hadas. Han tenido que aprender a moverse en un mundo que los mira con una mezcla de curiosidad y escepticismo. Cada uno ha tomado su propio camino para lidiar con la herencia familiar. Juan se ha refugiado en la discreción. Pablo ha asumido el protagonismo con naturalidad. Miguel intenta moverse en un mundo que no lo etiquete. Irene está construyendo su propio relato. Pero todos saben que el apellido Urdangarin siempre será un recordatorio de que los cuentos de príncipes y princesas no siempre terminan bien. En la historia de la monarquía española, ellos son la generación que tuvo que aprender a vivir con la caída. Y lo han hecho, con más o menos acierto, con más o menos cicatrices.