Fútbol

La maldición copera que amenaza al Barça

    El Camp Nou, antes del Barça-Manchester City. <i>Imagen</i>: Reuters

    Javier Martín

    La final de la Copa del Rey entre el FC Barcelona y el Athletic Club se jugará finalmente en el Camp Nou. La decisión de la Federación Española de Fútbol (RFEF) beneficia inicialmente al conjunto blaugrana, que entre sus peticiones había incluido la de que su propio feudo fuera sede del partido. Sin embargo, la estadística no apunta nada bueno para los intereses culés. Una suerte de maldición copera dice que los equipos que juegan la final en su propio estadio acaban perdiendo el título en la mayoría de las ocasiones.

    Trasladado a cifras: de las 15 finales jugadas bajo esta perspectiva, sólo seis (el 40%) se quedaron en las vitrinas del equipo que jugaba en su propio estadio.

    La última de ellas fue en la temporada 1979-1980, cuando el Real Madrid jugó contra su filial, el Castilla, en el Bernabéu. En aquella ocasión, obvio, era difícil que el título no se quedase en el Paseo de la Castellana.

    Antes habría que remontarse a la temporada 61-62, cuando los blancos vencieron también en el Bernabéu el título al Sevilla por 2-1.

    En todo caso, las últimas tres finales coperas en las que uno de los contendientes jugó en su campo acabaron todas con el mismo resultado.

    Ése equipo (el Real Madrid para ser más concretos) cedió el título al contrario. En 1992 los merengues cayeron ante el Atlético en el Santiago Bernabéu.

    Veinte años después, en 2002, fue el Deportivo de la Coruña el que asaltó el feudo merengue en el famoso 'centenariazo'.

    En 2013 la historia se repitió con protagonistas conocidos. El Atlético de Simeone repitió la gesta de los Futre, Schuster y compañía y remontó al Real Madrid de Mourinho para imponerse en el Bernabéu por 1-2.

    La advertencia de Guardiola

    Esta teoría, la teoría de que una final de Copa del Rey debe jugarse en un campo que no sea el propio, ya la sostuvo en 2012 Pep Guardiola. El entonces entrenador del Barça se negó a jugar la final de aquella edición también frente al Athletic en el Camp Nou alegando que su equipo no se concentraría igual y que la atmósfera del estadio sería un lastre y no un incentivo.

    Aunque Sandro Rosell (entonces presidente blaugrana, estaba dispuesto a ofrecer el estadio ante la (de nuevo) negativa del Real Madrid, las presiones del entrenador forzaron a elegir el Vicente Calderón (ahora no disponible) como sede del partido.

    Guardiola entendía que jugándose en el Camp Nou, la parroquia blaugrana no acudiría con el mismo ánimo y actitud festiva que si el duelo se jugase en otro feudo y otra ciudad. Jugar en tu propio campo, alegaba el ahora preparador del Bayern, da siempre ventaja a la afición visitante, que acude al estadio enemigo haciendo mucho más ruido y con el ánimo de asaltar en la casa del rival.

    Además, el impacto de ver medio Camp Nou pintado con los colores rojiblancos (tres cuartas partes del nuevo San Mamés entran en las 38.000 entradas que recibirá el Athletic) generaría un efecto negativo en los futbolistas y aficionados culés.

    Un efecto, el de sentirse forastero en tu propio hogar, que se acrecienta por el hecho de que el Athletic siempre ejercerá de local en este tipo de partidos, toda vez que es un club más antiguo. Esta circunstancia se repetirá en esta edición, lo que obligará al Barça a tener que cambiarse en el vestuario visitante, algo que suele descentrar, decía Guardiola, al equipo que juega en casa.