Fútbol

Iker Casillas y el Barça: de rival respetado a enemigo despreciable

    Iker Casillas se lleva la mano a la cara para protestar en el Camp Nou | AFP


    El rol de Casillas en el Real Madrid ha girado 180º en el último año. La capitanía heredada de Raúl y Guti le ha otorgado más galones de los que ya tenía en el Bernabéu. Peso específico que ha mutado su habitual prudencia y ha agravado el tono de sus palabras. Ejemplo: su endurecido discurso post maratón de Clásicos. La afición blaugrana, siempre amable con él, ya no le respeta tanto como antaño. Iker se ha transformado en un enemigo más.

    Fin a la tregua. Ya nada volverá a ser como antes, como aquellos tiempos en los que el portero blanco era de los pocos que no recibía toneladas de comentarios despectivos contra su figura por el mero hecho de vestir la camiseta blanca.

    No, con Iker era distinto. Quizá fuese su calidad como portero increíble, como guardameta de la década. Quizá fuese su capitanía en la Selección Española. Quizá su siempre público buen rollo con Xavi, Puyol, Villa y demás futbolistas culés. Quizá que de su boca nunca salieron palabras forofas o altivas contra los blaugrana.

    Mezcla de factores que había transformado a Casillas en un rara avis del Camp Nou, casi en un portador del 'seny' catalán que en Madrid se llama señorío y que, allá donde se luzca, suele generar más respeto que insultos. Es algo que también sucede con los Xavi o Iniesta cuando de la capital de España se habla. Jugadores rivales que nunca generarán el desprecio que otros crean entre la parroquia blanca.

    Sin embargo, algo ha cambiado. Casillas ha comenzado a recibir en las últimas semanas duros comentarios procedentes de la Ciudad Condal.

    Críticas que le colocan a la altura de cracks odiados como Cristiano, Pepe o Arbeloa en lo que al repudio dialéctico se refiere por declaraciones que han sentado más que mal en Cataluña. Es el despecho convertido en frustración. Iker ya no es el mismo.

    El inicio: Piqué y la final de Copa

    Todo comenzó con la actitud del portero durante la Copa del Rey de fútbol. El guardameta, como muchos de sus compañeros en la Selección, irrumpió en la mayoría de las trifulcas que se crearon entre integrantes de 'La Roja'. Lo hizo con vehemencia e intensidad, algo poco frecuente.

    Tras el partido, preguntado sobre los 'españolitos' de Piqué en el Bernabéu, Casillas protegió a Piqué pero lo hizo dándole un toque de advertencia. Con todo de hermano mayor, Iker reprendió al central:

    "Piqué es un chaval magnífico, llamado a ser el capitán de la Selección Española. Todos sabemos lo que dijo, pero no hay que darle más importancia, hay que dejarlo pasar", repitió.

    Para la crítica blaugrana, la primera parte del mensaje hubiera sido suficiente para aplacar los ánimos. La segunda, dejando en el aire la veracidad de los supuestos exabruptos de Piqué, no sentó nada bien. Con la derrota todavía fresca, aquello sonó en Barcelona a vendetta innecesaria.

    "¡Vaya cara! ¡Esto es la hostia!"

    El margen de confianza que se había ganado Casillas hizo que las críticas tras este episodio en Mestalla no fueran tan intensas como cabía se podía esperar el creador de la declaración hubiera sido otro futbolista.

    Margen que terminó de desaparecer con la eliminación en Champions del Real Madrid a mano de los de Guardiola. Aquel duelo supuso el punto de inflexión. Giro radical que arrancó sobre el césped.

    Casillas no se cortó ante los supuestos errores del árbitro. Tras una falta de Di María cercana al córner madridista, Iker, al más puro estilo castizo, mirando fíjamente a las cámaras de TVE, se llevó el gesto al rostro y repitió con intensidad "¡Vaya cara! ¡Esto es la hostia!".

    Nunca antes se había visto a Casillas tan desatado. Algo cambió con aquel momento repetido una y otra vez en todas las televisiones.

    Nada más terminar el duelo, a pie de campo, Casillas hizo de aquel gesto, verbo. "Nos han robado", repitió el guardameta haciendo suyo el discurso de Mourinho. "Sabíamos que podía pasar", dejó entrever el capitán blanco aceptando, de facto, la teoría de la conspiración de la UEFA contra el Real Madrid.

    Ya en frío, en la zona mixta, Iker no sólo no frenó sus palabras, sino que las repitió. "Esto ha sido un robo", volvió a repetir. Conclusión: lo que dijo en la entrevista a pie de campo no fue un calentón. Había mucho de reflexión personal aceptada en aquellos comentarios.

    Se había consumado la mutación. El portero del Real Madrid ya nunca más volvería a ser el mismo a los ojos de la afición en el eterno rival.

    Dos últimos pellizcos al Barça

    Lejos de aplacarse los ánimos, el nivel de tensión sobre el arquero blanco permanece. Dos nuevos episodios de meditada equidistancia mantienen viva la llama de la animadversión.

    El primero llegó con la confesión de Iker sobre las felicitaciones a los jugadores blaugrana tras la consecución de la Liga. "No les he felicitado, como ellos no me han felicitado a mí", dejó caer el portero para, inmediatamente, aplicar dosis de normalidad a este gesto. "No pasa nada, no hay problema. No hay que buscar malos rollos donde no los hay. Es normal", comentó en un acto publicitario.

    Una semana después, la misma empresa de cerveza que patrocinó ese evento, unió a Villa y Casillas. Ambos firmaron ante las cámaras la paz en 'La Roja', no sin que Iker volviera a demostrar su disidencia con el club catalán en el caso Busquets.

    "Si la UEFA ha tomado esa decisión sabrá lo que han visto, que ha dicho y que ha pasado. No hay más vuelta de hoja. Todo el mundo lo ha visto. Si toman esa decisión poco más puedo decir yo", afirmó.

    Reflexión de doble filo ("Todo el mundo lo ha visto") que no entierra la polémica y que impregna, como ocurrió con Piqué y sus españolitos, de culpabilidad a Busquets según la visión de su compañero de Selección.

    Es el último capítulo de este nuevo Iker Casillas, mucho más firme en sus declaraciones contra los blaugranas. Cambio aplaudido por los merengues que no cae bien en Barcelona. Allí ha dejado de ser un enemigo 'bueno' para ser un enemigo más.