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Lecciones de la crisis financiera

    <i>Foto: Archivo</i>

    Lucy O'Carroll

    En 2007, trabajaba como economista en una institución financiera que se vio fuertemente implicada en la crisis financiera. Diez años más tarde, destacaría tres lecciones de aquella traumática experiencia.

    La primera lección radica en que es esencial conocer las diferencias entre un síntoma y un problema. Desde agosto de 2007, los bancos estaban empeñados con que tenían un problema de liquidez, no de solvencia. Esgrimían que, una vez se restableciera la liquidez, todo estaría bien.

    Pero la falta de liquidez de los bancos resultó ser solamente un síntoma, no un problema en sí mismo. Los mercados financieros eran acertadamente escépticos sobre los modelos de financiación de los bancos y sus patrones de préstamo. Muchos bancos pensaron que efectivamente no podían hacer nada, más que concentrarse en cubrir sus necesidades de financiación a corto plazo, y esperar que terminara el annus horribilis de 2007.

    Resultó que no podían y los bancos que no abordaron los problemas más fundamentales con modelos operativos -como el exceso de confianza en los mercados mayoristas para su financiación, y préstamos sobre algunos proyectos cuestionables- se encontraron con que finalmente se enfrentarían a problemas de solvencia. Llegados a este punto, ya era demasiado tarde para algunos y se necesitaban importantes inyecciones de capital.

    Al mismo tiempo, muy pocas personas de un nivel sénior se detuvieron a preguntarse a sí mismas si el aparente problema inmediato de la liquidez a corto plazo era realmente un síntoma de un problema con raíces más profundas. Quizá estuvieran demasiado asustados para enfrentarse a la respuesta.

    En segundo lugar, simplemente porque todavía no haya pasado nada horrible no significa que no vaya a ocurrir. Antes de la crisis financiera era habitual no hacer caso a los impactos a los que los mercados desarrollados habían sobrevivido durante los últimos 10 o 15 años sin perder el ritmo expansivo. Esta Gran Moderación, tal y como se la denominó, parecía nivelarlo todo desde la burbuja puntocom a la globalización o el fuerte aumento del precio de la energía. De esta forma, la economía global podría fácilmente contener cualquier trastorno hasta que el mercado residencial en Estados Unidos comenzó a tener problemas en 2006.

    Pero había muy poco conocimiento sobre los vínculos entre la Gran Moderación y las tendencias anteriores al estallido del mercado residencial estadounidense. En especial, los tipos de interés bajos animaban a una expansión masiva del crédito y a la pérdida de calidad de gran parte de los préstamos que se concedían en Estados Unidos.

    Tampoco se cuestionó suficientemente la afirmación de los bancos centrales de que no debían conceder demasiados préstamos para limitar la burbuja de crédito. Los controles de los planes económicos y empresariales contra el posible estrés financiero y económico no eran lo suficientemente rigurosos.

    La crisis económica expuso las premisas equivocadas y la lógica difusa con la que habían operado prácticamente todas las empresas y economías. La lección es evidente: no des por cierta una afirmación sin comprobarla correctamente.

    Finalmente, los supervivientes a la crisis financiera tienen algo en común. Todas las compañías con las que hablé durante las primeras fases de la crisis tenían una explicación de por qué sobrevivirían a la crisis. Lamentablemente, muchas no lo consiguieron. Pero las que lo lograron fueron las que mantuvieron la flexibilidad suficiente para seguir avanzando en momentos difíciles.

    Lo han hecho por medio de una combinación de planificación inteligente, productos o servicios consistentes, flujos de financiación sólidos y niveles de deuda pre-existentes gestionables -independientemente de lo que pasara en su sector-. No se fijaron en sus competidores, no se lanzaron a la deuda barata y no postergaron la planificación para otro día.

    Pero, quizás más que cualquier otra cosa, fue la arrogancia por nuestra parte. La creencia de que las crisis eran cosas del pasado. O que, por alguna buena razón, serían gestionables. O simplemente la incapacidad, o falta de voluntad, para entender exactamente qué se estaba haciendo mal.

    Así que una década más tarde, ¿estamos más a salvo de crisis financieras? Las lecciones de lo que ocurrió hace diez años probablemente nos hayan hecho estar más seguros para la misma clase de crisis. Pero la historia tiende más a rimar que a repetir: la próxima crisis financiera probablemente sea diferente, y la arrogancia se manifestará de una manera diferente.

    Aprender las lecciones puede retrasar o amortiguar el impacto de la próxima crisis; pero no puede garantizar que nunca más vuelva a ocurrir algo malo.