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Michele Calcaterra: Los problemas de Italia no han acabado
La crisis italiana se encuentra en su estadio más profundo y el futuro del país a medio plazo es incierto. La llegada del economista y excomisario de la UE Mario Monti en calidad de primer ministro contribuyó, por un momento, a despejar el horizonte.
El apoyo exterior de las diversas fuerzas políticas y la designación de auténticos técnicos para los diferentes ministerios debería representar una garantía suficiente para darle la vuelta a la tortilla. Pero el caso es que la bolsa italiana sigue teniendo dificultades, y el diferencial entre los títulos italianos y el bund alemán, tras una primera fase positiva, ha vuelto a colocarse en negativo. En definitiva, los problemas de Italia no se han resuelto por arte de magia únicamente con la dimisión de Berlusconi, a cuyo Gobierno hay que adjudicar, sin embargo, muchas de las responsabilidades del hundimiento de Italia.
Alemania y Francia, ¿culpables?
Como venimos repitiendo desde hace semanas, la crisis transalpina es el espejo de la crisis del euro y de la falta de una auténtica coordinación de las economías y de las políticas fiscales de los Veintisiete. Es decir, que la moneda europea, a pesar de su indudable éxito, nació coja y sin representar a país alguno. Si a esto se añade que el que guía a Europa es un directorio de dos naciones, Francia y Alemania, que, evidentemente, hacen todo lo posible para proteger sus propios intereses, se entiende mejor por qué los demás países son simples comparsas.
El sentimiento más extendido en Italia es que a Francia y a Alemania se les debe imputar una buena parte de la fallida resolución de la crisis. El retraso con el que la Unión Europea intervino en Grecia (cuando el problema era mínimo) repercutió negativamente en los demás países, especialmente en Italia, que sigue siendo la tercera economía del euro y, por lo tanto, en caso de quiebra sería un agujero difícilmente digerible. Y sin contar con el hecho de que el contagio transalpino podría pasar rápidamente a España y a Portugal, país este último que en estos momentos parece al abrigo de los ataques especulativos de los mercados.
Si a lo dicho hasta ahora, añadimos que los bancos galos y germanos están entre los más expuestos de la Unión en relación con Grecia y con algunos otros países potencialmente en riesgo, se comprende mejor el que las cancillerías de París y de Berlín hayan intentado (con éxito hasta ahora) garantizarse una vía de salida y desviar la atención de los mercados sobre países como Italia que, por su parte, cometieron el error de no saber reaccionar, retrasando las reformas de carácter estructural que Bruselas exigía y arrastrando una situación política, cuando menos, inaceptable.
En definitiva, si en estos momentos Italia llora, los demás países de la UE no ríen. No en vano, la especulación ya comenzó a interesarse por París y no abandona la presión sobre Madrid. Aunque esta última tuvo el mérito de acelerar el cambio, con la puesta en marcha de un paquete de medidas importantes de austeridad y con la decisión de anticipar las elecciones generales. Al igual que Francia, que en primavera está llamada a las urnas para confirmar o no al presidente Sarkozy, quien en estos momentos se encuentra en fase de recuperación en los sondeos.
¿Qué hacer ahora?
La pregunta, ahora, es qué hacer. ¿Cómo invertir la situación de una Europa cuya construcción económica y política se quedó a medias? La opinión más generalizada es que los Estados, en vez de reivindicar continuamente su soberanía, deben (cuanto antes mejor) delegar más en Bruselas y en el BCE la coordinación económica y monetaria. Simplificando los procedimientos, incentivando la movilidad de las personas entre los diversos países, flexibilizando el trabajo y derribando todas las barreras proteccionistas que todavía persisten.
Señalemos, de hecho, que aún hoy es difícil crear una empresa o hacer adquisiciones en el área de la UE. Como todos, defendemos nuestro propio huerto sin darnos cuenta de que el sistema económico-financiero está globalizado y que las garantías que hay que buscar hoy son las intelectuales y las laborales, mientras el accionariado de una empresa debe ser lo más amplio posible.
Para existir y crecer con éxito, Europa debe, pues, dar un salto cultural profundo. Apostando por las nuevas fronteras de la tecnología y la sociedad del conocimiento. Dejando de alimentar guerras de retaguardia en su seno. Guerras que sólo sirven para crear un clima de desconfianza en los mercados internacionales. Desconfianza que todos (unos más y otros menos) pagamos con un precio muy alto.
Michele Calcaterra, periodista económico italiano y socio de Carlobruno & associati.