Europa

Escocia afronta un terreno desconocido para ganar autogobierno frente a Londres

    Cameron lucha por la unidad de Reino Unido.


    Escocia afronta una semana definitoria para su futuro en un ambiente de tranquila curiosidad. Después de que el Partido Nacionalista Escocés (SNP, en sus siglas en inglés) lograse en mayo el hito de la mayoría absoluta, la apertura del melón de la independencia era cuestión de tiempo.

    El ministro principal la lleva en su ADN político, si bien para la carrera electoral que le dio la primera hegemonía en el Parlamento de Holyrood, Alex Salmond prefirió dejar el ansiado referéndum en segundo plano y focalizar la campaña en la recuperación económica. Casi nueve meses después, sin embargo, su Gabinete ultima el documento de consulta de un plebiscito que amenaza con revolucionar un statu quo de 305 años.

    El papel se publica esta semana con el eco de la batalla dialéctica emprendida con Londres desde que David Cameron perpetrase un golpe estratégico. Su promesa de "luchar por la unidad de Reino Unido hasta la última gota de sangre" dio paso a una inesperada concesión: el referéndum. Un caramelo envenenado para Edimburgo, no obstante, ya que la disposición del premier tiene una condición. Las normas, plazos y fórmulas las escribirá Downing Street. Un precio que, irónicamente, convierte a Alex Salmond en el máximo beneficiario. Consciente de que si los tories, una marca casi tóxica en Escocia, aparentan querer injerir en asuntos internos, hace del contratiempo oportunidad, presentando a Londres, una vez más, como un Goliat frente a los escoceses.

    Pregunta adicional

    De ahí que el astuto mandatario escocés haya desempolvado la bandera del orgullo nacional. Si el número 10 planteó la convocatoria del plebiscito cuanto antes, en un plazo máximo de 18 meses, él lo fija para otoño de 2014. Si Cameron quiere restringir la pregunta a la continuidad o no en Reino Unido, Salmond pretende incluir una pregunta adicional, que ofrezca la alternativa de profundizar en el proceso de asunción de competencias. Una jugada maestra, puesto que siete de cada diez escoceses se muestran favorables a un proceso de transferencias de poderes clave como política fiscal, autonomía en déficit o el clave control de la costa.

    Los partidos estatales se oponen a una pregunta doble y Salmond ha eludido deliberadamente explicar cómo funcionaría una Escocia independiente. Todo con el objetivo de poner los tiempos a su favor y ser capaz de generar un sentimiento de rechazo contra la Administración conservadora, consciente de que hoy su apuesta por la independencia saldría derrotada.

    La metodología para completar la independencia está por definir. Precedentes recientes como el de Checoslovaquia muestran que, además del marco general, los acuerdos independientes para oficiar el divorcio podrían superar los 6.000 y todo, en una carrera contrarreloj para evitar la inestabilidad económica que la incertidumbre generaría a ambos lados de la frontera. Las negociaciones deberían abarcar desde deuda nacional, hasta defensa y aspectos aparentemente menores, como si la bandera británica mantendría la cruz de San Andrés que, representando a Escocia, da el blanco a la Union Jack.

    La economía

    El punto clave, no obstante, resultaría la economía. Escocia podría asumir una deuda de 140.000 millones de libras y esto sin incluir los activos tóxicos que debería heredar de Royal Bank of Scotland, 187.000 millones actualmente en manos del Tesoro británico. La ecuación se simplificaría si lograse el 95 por ciento de los ingresos por la explotación petrolera del Mar del Norte, como plantea el SNP. En su contra, el debate acerca de dónde acaban las aguas escocesas y dónde las inglesas.

    Y por si fuera poco, surge la amenaza del puzzle monetario, con tres posibles opciones que ofrecen un campo de minas para cualquier Gobierno en ciernes. Si una Escocia independiente quisiese mantener la libra, ésta se convertiría en una divisa común con un país extranjero, Inglaterra, cuyo banco central fijaría sus políticas en el interés doméstico. En definitiva, una reedición del euro, con todos los males que éste ha probado y cuestionando la independencia en sí misma, ya que Escocia carecería de ella en materia económica.

    Adoptar su propia moneda, con todo, no mejora el panorama. En un contexto de incertidumbre global, los escoceses verían cómo, de repente, el dinero que creían tener cambia a un valor que ignorarían hasta el primer día que estuviese en el mercado y todo, en una tormenta como la actual. La última opción, unirse al euro, del gusto de Salmond antes del ingreso de la moneda comunitaria en la UCI, privaría a Edimburgo también de la libertad económica que ansía disfrutar.