Arquitectura Corporativa (V): el Lingotto de FIAT, el edificio construido bajo un circuito de carreras
- Hace un siglo Fiat creó una sede que unió oficinas, fábrica y circuito
Pedro Torrijos
El mejor ejemplo de arquitectura corporativa es una iglesia. Ya lo hemos visto antes en esta misma serie de artículos: los edificios corporativos tienen que cumplir una serie de reglas idénticas a la de cualquier otra construcción, pero además, tienen la vocación de símbolo. De imagen formal, estética y material de la empresa a la que representan.
Visto así, la sede de una compañía es un elemento de marketing. Es un anuncio construido con cien mil toneladas de hormigón, acero y vidrio, pero un anuncio al fin y al cabo. Y como el edificio suele tener costes multimillonarios, resulta que no es un anuncio cualquiera, sino el anuncio más importante que cualquier corporación puede plantearse.
Por eso digo que los edificios religiosos son los mejores ejemplos de arquitectura corporativa, porque también son el símbolo de una gran empresa, en este caso, la Iglesia. Y también por eso, la arquitectura corporativa es tan antigua como las corporaciones. Un palacio es arquitectura corporativa, un museo es arquitectura corporativa, un pabellón, un estadio y hasta unas viviendas de protección oficial tendrían el carácter subyacente de arquitectura corporativa.
La diferencia respecto a los edificios de oficinas que consideramos habitualmente como corporativos es que su función inicial es muy distinta y, a veces, muy específica. Unas oficinas solo son un gran espacio abierto donde colocar mesas de trabajo, mientras que un estadio necesita prestar atención a cientos de detalles funcionales distintos y solapados.
En esta serie hemos visto edificios más o menos recientes, y algunos incluso solo en fase de proyecto. Sin embargo, en el artículo de hoy vamos a retroceder casi un siglo en el tiempo para ver uno de los mejores modelos de coexistencia entre las necesidades funcionales y la imagen corporativa de una compañía: el Lingotto de la FIAT en Turín.
Archívo histórico FIAT
Si lo piensan, solo hay un elemento externo intrínsecamente necesario al coche: la carretera. En el propio ancho del asfalto y en sus radios de giro. En cada recta, en cada curva y en cada cambio de rasante, la carretera define la ruta, la dirección, el tiempo de aceleración y la distancia de frenado de los automóviles que circulan sobre ella. Salvo que conduzcamos un buen vehículo todoterreno, la carretera es el verdadero dios de los coches. Porque están obligados a rodar por ella. Y su tamaño y sus necesidades son enormemente distintas a las del peatón porque, en realidad, no está construida para el hombre.
Fábrica, oficina y circuito
De ahí que la obra que Giovanni Agnelli, director de la FIAT, encargó en 1915 al joven arquitecto Giacomo Mattè-Trucco fuese, en principio, tan complicada. Se trataba de construir una nueva fábrica para la compañía en el distrito del Lingotto, a las afueras de Turín,y el edificio debía albergar oficinas y salas de reuniones, pero también las plantas de producción industrial de los automóviles, con el espacio y las peculiaridades técnicas que requería la maquinaria. Además, debería incorporar, en la medida de lo posible, una pista de pruebas para los coches recién terminados.
La solución que ofrecieron Mattè-Trucco y el ingeniero Ugo Gobbato fue extraordinaria y radical: colocaron el circuito en la azotea. O como diría Le Corbusier cuando se refirió a la obra en su libro Vers une architecture de 1923, construyeron un edificio debajo de un circuito de carreras. Porque no es que haya una calzada en la cubierta, es que toda la cubierta es la pista de pruebas y, por tanto, toda la construcción se supedita al circuito.
En el Lingotto, la carretera no solo marca la velocidad y la ruta de los coches, sino que define con precisión la forma y las dimensiones del edificio que está debajo. Incluso la manera de acceder a la cubierta, mediante una rampa helicoidal interior, se define por la existencia de ese circuito de carreras que gira y gira a treinta metros de altura.
Archívo histórico FIAT
Las oficinas son una parte secundaria. Las salas de reuniones, los despachos y hasta las plantas de fabricación se ven condicionadas por una decisión tan extrema como llena de significado. Porque el mejor anuncio consiste en enseñar lo buenos que son tus productos, y el mejor edificio para una compañía automovilística es el que demuestra al mundo lo rápidos que ruedan tus coches.
El Lingotto se inauguró en 1922 bajo la presencia del rey Víctor Manuel II. Su fama dio la vuelta al mundo y se convirtió en un símbolo de la FIAT, del barrio en el que se levantaba e incluso de la ciudad de Turín. También fue un modelo y casi un compendio de los sistemas constructivos más modernos de la época, a base de elementos prefabricados de hormigón armado y pretensado.
Permaneció en funcionamiento hasta 1982 si bien, a partir de 1939, gran parte de los modelos de la marca se fabricaron en la planta Mirafiori que FIAT había construido a unos kilómetros de distancia. En 1985, la compañía encargó a Renzo Piano la remodelación del edificio, con el objetivo de transformarlo en una instalación de usos múltiples.
El edificio construido debajo de un circuito de carreras se reabrió en 1992 con motivo del Salón del Automóvil de Turín y, en la actualidad, cuenta con galerías de arte, centro de convenciones, centro de exposiciones, hoteles y hasta un complejo de cines con once salas. Ha acogido la Feria Internacional del Libro, el Salón del Vino e incluso sirvió como oficinas del comité organizador de los Juegos Olímpicos de Invierno que se celebraron en la ciudad transalpina en 2006.
Si visitan Turín, hagan un hueco para visitar el Lingotto y así descubrirán que la arquitectura industrial puede ser tan brillante y tan representativa como el más delicado de los palacios.