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El rastro de la Gardner por Madrid

    Ava Gardner y Frank Sinatra, la pareja perfecta para el tipo de vida que pretendían. <i>Foto: Archivo</i>


    "El animal más bello del mundo" llegó en los años cincuenta a Madrid, y con sus continuas salidas puso en marcha una ciudad que vivía apagada. Por Roberto Renedo

    En la monolítica vida social de la capital durante la dictadura, en plenos años cincuenta, incluso la diversión estaba bajo sospecha.
    Los ángeles de la guarda de la decencia no se podían asomar a todos los rincones y menos si quien estaba de farra era la troupe de las grandes productoras de Hollywood, bienvenidas por el franquismo como parte de sus acuerdos con Estados Unidos. A la aristocracia y farándula del momento les vino de perlas. Esa glamourosa gente tenía que ser entretenida y quien pecaba con ellos lo hacía por la patria.

    Madrid fue el exótico destino que "el animal más bello del mundo", o sea Ava Gardner, eligió como solazado retiro de las candilejas californianas.

    ¿Pero por qué precisamente esa ciudad y en ese tiempo?

    Podrían haber sido París o la Riviera italiana. Las posibles razones las elucubra el libro Ava Gardner, una diosa con pies de barro, de Lee Server, de reciente aparición en España, como también le dieron vueltas al asunto Marcos Ordóñez en Beberse la vida, o Jane Ellen Wayne en Los hombres de Ava, o ella misma en su autobiografía.

    Fue largo, muy largo, el periodo que la actriz vivió en la capital española, nada menos que 15 años. Alejada de los focos, a la actriz le placía ser una diosa en ese país atrasado, donde según sus palabras, representaba "todo lo que ellos censuraban".

    Amantes toreros

    Aquí llegó por primera vez en 1951 para el rodaje de Pandora y el holandés errante, donde inició una suerte de romance con el actor y torero Mario Cabré, aunque después se referiría a él con abierto desprecio. Sería la atracción por Luis Miguel Dominguín, a quien conoció en Roma mientras rodaba La condesa descalza, junto a la chispa de la Feria de Abril sevillana, el flamenco, los toros y el sentido español de fiesta, lo que la impulsó a instalarse en Madrid en 1953.

    Con el famoso torero ya había pasado unas intensas vacaciones navideñas, que vivieron en una suite del Castellana Hilton, actual Intercontinental, de donde prácticamente no salieron un momento, según cuentan. No dejó por ello de visitarla su eterno ex, Frank Sinatra, que no acababa de comprender qué hacía su chica en esa ciudad, apenas recompuesta tras la Guerra Civil. Pero claro, estaban la noche y los chiringuitos de los elegidos.

    Frecuentó Ava el Chicote, cita de todo famoso que pasaba por Madrid. En este bar y coctelería de renombre, que ha mantenido su prestigio hasta nuestros días, la actriz conversó con su amigo Ernest Hemingway y con otras estrellas hollywoodenses que rodaban en España o venían de visita, como John Huston o Lana Turner. Un sol y sombra, y otro, y otro, hasta perder su buena compostura e incluso -según claman las malas lenguas- torear a los coches de la Gran Vía. Por sus etílicos desbarajustes le fue vetada la entrada en el hotel Ritz.

    Aunque el régimen tolerase a esta mujer, siempre muy protegida por la embajada americana, las gentes bienpensantes no dejaban de hacerse cruces. Pero ella seguía bebiéndose las noches.

    Sería a base de bourbon en el Oliver, bar del que era copropietario Adolfo Marsillach; en Riscal, un bar de copas de gente guapa que cambió de nombre por el de Archy; en el restaurante Lhardy, un eterno clásico de Madrid; y en medio de flamenco y gitanos, acompañada por Lola Flores o Pastora Imperio, en el Villa Rosa, famoso por sus azulejos y aún en la ruta flamenca, o en Los Gabrieles, en la actualidad cerrado. La juerga terminaría o habría empezado en su casa.

    Después de vivir en La Moraleja, en un chalet llamado La Bruja, vivió en un apartamento en la calle Oquendo y finalmente en un dúplex de Doctor Arce. Su vecino de abajo, el general Perón, la tenía con ella día sí y día no a costa de las fiestas, pero ella dale que dale: lo suyo era un imbatible impulso de vivir la vida sin tregua. Y así fue hasta que en 1967 se mudó a Londres, donde murió de neumonía en 1990, lejos del festivo purgatorio que había elegido para ser lo más parecido a ella misma: Madrid, años cincuenta.