Cuando Henri Avellan llegó a España, escapando de las revueltas en Argelia que desembocarían en su independencia de Francia, como muchos otros pies negros, se preguntó a qué se podía dedicar en el Madrid de los años cincuenta. Pronto se percató de que faltaban libros en francés a los que él estaba acostumbrado y decidió que sería él quien los traería a su nuevo país de residencia. Montado en su furgoneta, siempre con la boina de medio lado, recorría los colegios de la Capital para presentarse a profesores y directores y vender tebeos a los estudiantes durante los recreos. Así nació en 1952 la Librairie Française, la única de España con un catálogo exclusivamente galo. Por aquel tiempo, la lengua de Fred Vargas, George Sand y Simone de Beauvoir era el idioma extranjero que se enseñaba en la escuela, una lengua asociada a la Francia de la libertad y a la modernidad. La tienda de Henri Avellan, que, pese a sus distintas ubicaciones, pasó la mayor parte de su historia muy cerca del Retiro, se convirtió con rapidez en un punto de encuentro para los amantes de la literatura francesa y de las ideas libres. Punto de encuentro "Había unos libros subversivos según los cánones de entonces", recuerda Francisco Abad, propietario de la librería durante los últimos dieciocho años, quien se ha visto obligado a escribir el capítulo final de un negocio con 66 años a sus espaldas. "En los años sesenta y setenta (durante la dictadura) se traían libros a los que el censor daba el visto bueno o no, y los que eran verdes eran rechazados todos", apostilla el librero. La formación francesa de muchos de sus refinados clientes llevó a la librería de Avellan y Abad a devenir en lugar de referencia para los afrancesados madrileños. Por allí pasaron en alguna ocasión embajadores, presidentes del Gobierno -como Leopoldo Calvo Sotelo, que leía mucho, y José María Aznar, que entró una vez a preguntar si tenían las Cartas a un joven poeta, de Rilke, en el tiempo en que él acababa de publicar sus Cartas a un joven español-. También se acercaban ministros como Enrique Múgica y César Antonio Molina y escritores como Mercedes Monmany y Antonio Muñoz Molina. La disrupción tecnológica La librería ha sido un reflejo fiel en casi siete décadas de historia de los cambios que ha experimentado el mundo. Si a Avellan le tocó lidiar en su día con el transporte de libros en carreta, los registros de camiones en la aduana, los pedidos a máquina y los pagos por medio de cheque bancario, Francisco Abad ha tenido que bregar con el arrollador comercio digital. En 2008, la librería triplicó las ventas del año 2000, el primer año desde el cambio de propietario. "Tuvimos años muy buenos", recuerda Abad, pero "ahora vendo un tercio de lo que vendía antes y con márgenes más ajustados". ¿Cuándo notó que las cosas ya no eran como antes? "En 2012, cuando Amazon empezó a vender libros escolares en francés", responde Abad. "Ahora te vienen clientes con el libro que quieren en la pantalla del móvil, en Amazon, y te preguntan, '¿tienes este libro?'", relata Abad. "Les digo que aquí (en la tienda) cuesta 9 euros y me contestan que en Amazon está a 5 euros, pero que está agotado, y que si se lo dejo a 5 euros me lo compran". La crisis financiera le afectó, pero menos. "Noté que en el primer trimestre de 2009 se redujeron los pedidos de universidades con fondos públicos, escuelas oficiales de idiomas e institutos un 60 por ciento con respecto al mismo trimestre del año anterior", rememora el librero, que dese entonces ha visto decaer el negocio de forma paulatina. Atracción por los premios El comercio digital es uno de los motivos por los que la Librairie Française ha cerrado sus puertas, aunque lo personal también ha pesado mucho. El último de los dueños de la librería quiere reunirse con su familia en Barcelona y empezar una nueva etapa. Cuenta Francisco Abad que hace 15 años los lectores pedían, sobre todo, clásicos, en especial A la recherche du temps perdu, de Proust, mientras que ahora "solo piden los premios para regalar". Se refiere a premiados con el presigioso Goncourt, como Éric Vuillard, Leïla Slimani o Michel Houellebecq, y a premios Nobel, como Patrick Modiano y Jean-Marie Le Clézio. El francés ha perdido glamour en una sociedad utilitarista que ha encontrado en el inglés su lengua internacional, pero hay que prestar atención al enorme crecimiento de la francofonía en África occidental, donde la población aumentará mucho en las próximas décadas. En España, el idioma de Balzac reinó en la enseñanza hasta comienzos de los ochenta, cuando el inglés cogió el relevo, aunque con la entrada en vigor de la Logse recuperó parte de su lugar como segunda lengua extranjera. Llegó la crisis financiera hace diez años y la población española descubrió el alemán, pero su dificultad empujó a muchos a retornar al francés porque, por su similitud con el español, dice Francisco Abad, "sabiendo ocho palabras te atreves a decir catorce".