Los directivos de banca españoles tienen que lidiar dentro y fuera de casa. En un entorno de tipos de interés prácticamente nulos durante los últimos años, el negocio de intermediación -la piedra angular- no da alegrías a las cuentas de resultados. Especialmente, cuando los créditos no acaban de despegar. Al menos, la morosidad ha continuado una senda descendente y el mercado inmobiliario empieza a repuntar aliviando, aunque tímidamente, los balances de las entidades financieras. En este contexto, los ejecutivos de prácticamente la totalidad de entidades financieras han continuado con el adelgazamiento de sus estructuras. Un doble efecto ha desencadenado que la mayoría estén sobredimensionadas. Por un lado, las fusiones o absorciones realizadas durante la crisis han generado duplicidad de las redes en muchos puntos e, incluso, de los servicios centrales. Por otro, los años del boom, con unos crecimientos exagerados en los créditos hipotecarios y corporativos, provocó un incremento de las oficinas que la crisis hizo caer como un castillo de naipes. La conjunción de un negocio que no acaba de arrancar, que exige reducción de costes, más una dimensión excesiva para el actual mercado, explica que los bancos anuncien reducciones de sus redes presentes y futuras, con el desgaste que supone para los ejecutivos reducir sus estructuras. No es el único fantasma que deben afrontar los directivos de la banca española. Desde todos los ángulos se considera que el número de entidades, a pesar de la fuerte reducción acaecida con la reestructuración de las cajas, sigue siendo excesiva en España. Por este motivo, se habla constantemente de movimientos corporativos en los que se apunta claramente a los bancos medianos como posibles objetivos de entidades nacionales e internacionales interesadas en entrar en un mercado tan bancarizado. Una situación que ya ha tenido algunas consecuencias este año. La última, y más directa, es el relevo en la cúpula del Popular. El Consejo de Administración, en una reunión extraordinaria, ha propuesto recientemente el nombramiento de Emilio Saracho como presidente en sustitución de Ángel Ron. La entidad explicó que “a propuesta unánime de la Comisión de Nombramientos, Gobierno y Responsabilidad Corporativa, se prevé que el Consejo apruebe por unanimidad proponer a la Junta General de Accionistas la designación de Emilio Saracho como consejero y presidente del Consejo de Administración”. Un cambio que será efectivo en primavera de 2017. El otro gran cambio de este año se ha producido en el grupo La Caixa. Isidro Fainé abandonó en verano la presidencia de CaixaBank, que pasa a Jordi Gual, pero sin ser ejecutiva. Gonzalo Gortázar ha pasado a ser el máximo directivo, como consejero delegado del banco. Fainé, por su parte, queda como presidente de la Fundación y de Criteria Caixa.