berlín. Continental, el quinto proveedor de componentes automovilísticos del mundo, no acaba de creerse todo lo que se le ha venido encima. En cuestión de días el grupo industrial Schaeffler, una empresa familiar que no cotiza en bolsa y uno de sus más directos competidores, le lanzó una oferta de adquisición de unos 10.000 millones de euros a través de un comunicado bursátil en Fráncfort, que un día después se tradujo en la compra del 30 por ciento de sus títulos. La operación que Schaeffler, según fuentes directas de la empresa, se niega a denominar opa hostil sino como un "holding minoritario significativo" escribió ayer un nuevo capítulo cuando ésta ofreció 69,37 euros en metálico por cada acción del consorcio Continental. De prosperar esa oferta, se trataría de la mayor adquisición empresarial que se realiza este año en Europa y una de las más generosas. En el centro de toda esta operación está un nombre, el de María-Elisabeth Schaefller, propietaria y principal accionista de la compañía que lleva su nombre. Una empresaria de puño duro y que no cuenta con el beneplácito de sus trabajadores. Sus duras condiciones laborales hacen temer lo peor a los empleados de Continental.