La Justicia investiga si la antigua cúpula del fabricante de automóviles trató de sobornar a proveedoresCada país tiene sus estándares, incluso en los escándalos. Y Alemania decidió que el de Volkswagen era el mayor escándalo en la historia de la República Federal, a pesar de que no hubo agujeros millonarios en perjuicio de los accionistas y a pesar de que las crónicas del caso se tiñeron sobre rosa. De un rosa fuerte y con sexo a gogó a lo largo de todo el caso.Si Volkswagen no fuese lo que es, una empresa símbolo, una empresa de Estado, un modelo de desarrollo económico; es decir, si Volkswagen fuese una empresa normal, el escándalo haría sonreír, sobre todo si se compara con algunos otros más o menos recientes, desde Enron a Parmalat.Pero no es así, y el escándalo puede tener consecuencias más importantes que el caso mismo, hasta ahora basado en una larga serie de lustreisen, viajes de placer organizados por algunos managers del grupo automovilístico para los dirigentes sindicales.Figura clave de esta agencia de viajes interna del grupo de Wolfsburg fue un directivo de nivel medio, despedido el pasado mes de julio. Su nombre: Klaus-Joachim Gebauer. Acusado de estafa y de apropiación indebida, Gebauer, de 61 años, es considerado por la magistratura de Braunschweig un testigo que inspira poca confianza.Ampliamente filtradas a los medios, las revelaciones de Gebauer pusieron al descubierto un mecanismo desconcertante de viajes al extranjero, en las que se habría buscado, por todos los medios (incluso por el clásico del sexo), ablandar al sindicato respecto a algunas decisiones estratégicas que la empresa debía tomar, desde la realización de inversiones productivas a planes de reestructuración.El fracaso de un modeloEn el sistema alemán de cogestión, según el cual en las grandes empresas la mitad de las poltronas del Consejo de Vigilancia corresponde a los representantes sindicales, alcanzar el consenso es una obligación.En los últimos tiempos se habla cada vez más de los costes de este sistema, que, por otra parte, fue uno de los pilares del crecimiento alemán y de la consolidación del país como tercera potencia económica mundial.El caso Volkswagen, con sus costes ocultos y con la degeneración de la cogestión (empañada por los trapicheos entre directiva y sindicatos) da voz a los que sostienen que es necesaria una profunda revisión del modelo.Los lustreisen de los que habló Gebauer, manager de Dirección de Personal, habrían comenzado en 1996 en Brasil, con una visita oficial a las fábricas de la compañía en Sao Paulo, que derivó en una cita con prostitutas en la playa de Copacabana.Desde entonces a 2005 habrían existido decenas de fiestas en destinos paradisiacos: Brasil de nuevo, muchas veces Praga e incluso la India; más en concreto, Udajpur (en Rajastán), precisamente en el fabuloso palacio Jag Nivas, donde se rodó Octopussy, uno de los episodios de la serie 007.Según lo que contó Gebauer, este último viaje de placer habría costado 350.000 dólares y, al igual que los demás, habría sido pagado íntegramente por la Dirección de Personal, a excepción de las facturas no plenamente justificadas de diferentes extras.Víctimas ilustresEs aquí donde entra en juego el director de Relaciones Industriales y miembro de la cúpula de Volkswagen, Peter Hartz. Este alto directivo dimitió de la dirección del grupo el pasado mes de julio, asumiendo la responsabilidad de todo lo sucedido. Hartz está inscrito, desde el pasado mes de octubre, en el registro de los investigados, acusado de detraer fondos de la empresa.Parece que las declaraciones de Gebauer han agravado la posición de uno de los managers más famosos de Alemania, amigo del ex canciller Gerhard Schröder y autor de la impopular reforma del mercado laboral que entró en vigor hace exactamente un año. De una involuntaria omisión de control se pasó a la sospecha de que Hartz impulsó y encubrió estas prácticas de persuasión, dando indicaciones precisas a sus empleados directos. "Haced todo lo posible para que el señor Volkert permanezca satisfecho", les habría dicho en numerosas ocasiones.El tal Volkert en cuestión, de nombre Klaus y de 62 años, es otra de las víctimas famosas del escándalo, por ser también él un típico producto del modelo Volkswagen. También él dimitió el pasado mes de julio, pero había sido, durante más de 10 años, líder del sindicato Ig Metall y jefe del Consejo de Fábrica de la empresa.Como tal, se sentaba en el Consejo de Supervisión y era una pieza clave en las decisiones estratégicas de la empresa, controlando de hecho los votos de 10 de los 20 representantes del consejo. En los periódicos, se habló de él como el gran beneficiario de los extras organizados durante las misiones al extranjero y se le atribuyó una relación con una chica brasileña, Adriana B., con la que a menudo compartía su apartamento de Braunschweig, donde, por cierto, nunca faltaba champán.Según el Bild, también Hartz habría importado a Alemania los placeres de Copacabana, viéndose a menudo con una tal Joselia R., en París, en el lujosísimo hotel George V.Tanto Volkert como Hartz siempre rechazaron las insinuaciones de que todos los gastos -incluido un viaje a la India en el avión privado de la compañía- habrían corrido a cargo de la empresa automovilística.Una investigación contable interna, encargada el verano pasado a KPMG, reveló que, entre facturas de dudosa procedencia y empresas tapaderas creadas por Gebauer, y por otro manager despedido el verano pasado, Helmut Schuster, ex director de Personal de la empresa checa Skoda (controlada por Volkswagen), el grupo sufrió un daño financiero de cinco millones de euros.Además de organizar y de aprovecharse de los viajes de placer, parece que Gebauer y Schuster pusieron en marcha una estrategia para extorsionar a algunos proveedores internacionales de la marca, especialmente en India y Angola, donde estaba prevista una serie de inversiones que se suspendió después del escándalo.El propio Schuster también se habría apuntado a los viajes placenteros de sus colegas y de los dirigentes sindicales (los sospechosos serían, en total, nueve), al tiempo que mantenía una tórrida relación con la actriz checa y ex playmate, Katerina Brozova.De momento no está claro si los viajes pretendían conseguir el respaldo del sindicato sobre los planes de la compañía o si formaban parte de una estrategia con la que se quería conseguir un clima de complicidad permanente. Algunos han llegado a sugerir una posible relación causa-efecto sobre una de las decisiones más controvertidas de la marca en los últimos años: su ofensiva en el segmento del lujo a través de costosas adquisiciones (Bentley, Bugatti, Rolls Royce).Se hace imprescindible citar, en medio de todo este caso, el nombre de Ferdinand Piech, de 68 años, hoy presidente del Consejo de Supervisión, pero, durante casi toda la década de los 90, número uno operativo del grupo. Él ideó la estrategia del lujo y fue el responsable moral del modelo Volkswagen de flexibilidad consensuada, que permitió a la empresa salvar 30.000 empleos y registrar un crecimiento de las ventas del 43 por ciento entre los años 1995 y 2000.A Piech no se le atribuyen responsabilidades directas en el escándalo, pero su presencia en la cúpula probablemente limita el campo de acción de la nueva ejecutiva, encabezada por Bernd Pischetsrieder y enfrascada en un complejo plan de reestructuración, que prevé al menos 10.000 despidos.Y lo limita todavía más porque la familia Porsche, de la que Piech es miembro, se ha convertido en accionista de referencia de la casa tras adquirir el 19 por ciento de su capital.Además Ferdinand Piech, quizás también en virtud de sus relaciones políticas y sindicales, sigue siendo muy poderoso y ya sobrevivió, el pasado otoño, a un intento de defenestración orquestado por el primer ministro de la Baja Sajonia, Chris Wulff. La cuestión de la dirección del primer grupo automovilístico europeo sigue abierta. Y, a la espera de que la magistratura clarifique el alcance del caso, los títulos Volkswagen, desde que explotó el escándalo en junio hasta la inversión de Porsche, subieron en bolsa más del 40 por ciento, para perder la mitad de sus ganancias cuando la posición de Piech fuer reforzada por su doble papel de controlador-accionista.