A raíz del encarcelamiento de Miguel Blesa, ex presidente de Caja Madrid, hoy Bankia, rememoro esquemáticamente la historia de las cajas de ahorros, entidades creadas a lo largo del siglo XIX con fines sociales además de financieros, dedicados al pequeño ahorro de la clase trabajadora y media de la época. Hasta el último tercio del siglo veinte la actividad bancaria se hallaba diferenciada. Los bancos comerciales se dedicaban a la industria, el comercio y el cliente con gran poder adquisitivo y las cajas de ahorro a las personas, concediendo pequeños préstamos e hipotecas para construir viviendas a constructores y compradores de estas viviendas. Los bancos comerciales hasta hace unos treinta años no concedían préstamos hipotecarios ya que prestaban a corto plazo. Después de nuestra Guerra Civil, las cajas adquirieron gran prestigio y obtuvieron la confianza de la ciudadanía porque fueron las únicas entidades financieras que mantuvieron los depósitos de los cuentacorrentistas a pesar de los cambios de moneda que existieron en los territorios dirigidos por los dos bandos enfrentados. Durante los años cincuenta y sesenta, dedicaron un enorme capital a la construcción de viviendas destinadas al alquiler y a precios limitados con el fin de paliar la escasez de viviendas en toda España, mejorando la vida de muchas personas. Esta distinción entre bancos y cajas y su forma de actuar fue difuminándose a partir de nuestra democracia hasta llegar al punto que la única diferencia que las distinguía era las cantidades, importantes, que las Cajas destinaban a su obra social, cantidades que nutrían la ciencia, las artes, las oenegés de tipo social, la tercera edad, la conservación de nuestra riqueza histórica y cualquier otra actividad que sin su ayuda sería muy difícil su existencia y desarrollo. En esta última etapa y con la llegada a estas entidades financieras de los políticos y representantes de variadas instituciones públicas todo en ellas se trastocó y, para acabarlo de arreglar, llegó la corrupción, el impulso especulativo de la construcción y la crisis actual. Estas instituciones dirigidas por políticos y no por financieros quebraron y han desaparecido. Su desaparición conlleva que las enormes cantidades que distribuían entre la sociedad provenientes de sus recursos destinados a la obra social dejaran de nutrir la actividad instituciones grandes y pequeñas que sin su ayuda fenecerán y la actividad social o cultural que ejercían desaparecerá y no podrá ser reemplazada por nadie. Desconozco las enormes cantidades que el conjunto de las cajas de toda España destinaban a obra social o cultural, me gustaría que alguien que tenga acceso a estos datos nos lo dijera, pero puedo adivinar que era inmensa. Todo este capital distribuido entre nuestra sociedad anualmente, se notará a medio plazo y significará un aumento de nuestra nueva pobreza social, cultural o de investigación. Se me dirá que nuestra ley ya ha resuelto este tema manteniendo la existencia de las cajas solamente para cumplir esta función social, pero no me creo que puedan destinar ni una pequeña parte de la que destinaban hasta ahora. Creo que su existencia languidecerá y fenecerá en breves años. Para poder paliar este desastre del que no se habla y para que de nuevo aflore dinero a la sociedad sin que se espere un retorno del capital y para que este dinero sirva para movilizar acciones no rentables medidas en dinero, pero sí muy beneficiosas para el país, solamente se me ocurre que se promueva una ley de mecenazgo verdaderamente ambiciosa y con grandes desgravaciones fiscales y que se otorgue gran prestigio social a quien destine todo o parte de su patrimonio a fines de toda clase cuya actividad no produzca beneficios económicos suficientes para mantenerla.