Aunque los e-book representan sólo el 2,8 por ciento de la facturación del sector, sus ventas se incrementaron en más de un 100 por cien... y se prevé que siga esa senda. Por Fernando González-OlaecheaLeer es, en principio, un descubrimiento. Pero es también una opción. Entonces uno puede decidir no hacerlo, hacerlo o interrumpirlo. En el caso de la industria editorial española, la cuestión radica en un primer momento en cómo evitar esa última alternativa. En los últimos cinco años la facturación ha descendido un 11,2 por ciento. La cifra es de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), respecto a un estudio sobre el comercio interior durante el 2011, el último año analizado. Las cifras del ejercicio pasado se tendrán a mediados de este año. Sin embargo, dentro de una industria que se comprime, hay una parte que sigue creciendo: el libro electrónico, aunque dentro del sector todaví suponga un pequeño porcentaje. Si uno vuelve a mirar las cifras, el libro digital -ebook para los anglófilos- facturó 72,6 millones de euros, lo que representa un 2,8 por ciento del sector. Esto quiere decir que se incrementó un 3 por ciento respecto al año anterior y éste, a su vez, aumentó en un 37,5 por ciento con relación al 2009. ¿Cómo explicar esto? Ocurre que el país atraviesa una severa crisis económica. Con esa obviedad dicha, se pueden analizar otros factores. Para Javier Cortés Soriano, presidente de la FGEE, las tendencias se dirigen hacia lo digital. "Existe una oferta en este soporte en el mundo editorial, sin embargo no se se ha creado una conducta de consumo digital", sostiene. Cortés cree que las ventas digitales no aumentan con más fuerza, con lo que impulsarían un sector en caída, porque no hay una legislación efectiva sobre el uso y los derechos de materiales digitales. "A nadie se le ocurre entrar a una librería y llevarse el último libro de Vargas Llosa sin pagar, pero en la web sí sucede. En España, a diferencia de los países europeos, no se está incorporando al consumo cultural digital lo del analógico: el pago", indica. El presidente de la FGEE no duda en decir que las autoridades temen a los internautas y no consideran a la industria cultural de primer orden. Antonio Quiros es fundador de Luarna, una editorial digital que dejó el negocio a inicios de este año. Ahora se dedica con algún éxito a la venta de dispositivos para leer materiales digitales. Quiros es un filósofo que lleva unos 30 años en el mundo de la tecnología. Reconoce que dejó el negocio porque no resultaba muy rentable. "El precio no ha bajado. El modelo de protección DRM de Adobe ha retrasado el desarrollo del mercado. La anticopia no funciona, porque te complica la vida. Mi punto de vista es heterodoxo, los sistemas de protección no protegen lo que quieren proteger: si el libro fuera muy barato no lo vas a piratear. La experiencia demuestra que los hacker desmontan estas cosas con rapidez y se crea un mercado pirata paralelo", asegura. Quiros postula que la forma de estimular la compra es bajar los precios y que el e-book tenga por lo menos todas las ventajas del papel, es decir, que pueda prestarse uno a la vez, compartirse, sin comprometer el dispositivo que permite la lectura. Quiros es un tipo convencido de que la industria virará ineludiblemente hacia lo digital. "La digitalizacion de los contenidos es un fenómeno imparable. En la música ya se puede ver. Los roles de los soportes se van a redefinir", añade. Quien no es tan determinista en este aspecto es Pere Sureda. Ahora trabaja en la editorial Navona, pero está vinculado a diversos proyectos editoriales desde 1974. Según su definición, Navona tiene una vocación artesanal y por ahora sólo edita libros físicos. Sureda cree que lo digital seguirá creciendo en los próximos cinco a siete años. "Habrá convivencia para unas cuantas generaciones. En el 2050, quién sabe qué", agrega. Con él coincide Amalia López Llano. Fundadora y editora de Sinerrata, López opina que hay espacio para ambos soportes. Su editorial trabaja sólo con los e-books. Amalia ve la edición digital como otro formato añadido a los que ya existen, como una entrada de otro abanico de posibilidades. "No quiere decir que los formatos sean excluyentes", dice. Los libros digitales permiten que algunas obras permitan la interacción y recuerda la memorable novela de Julio Cortázar, Rayuela (1963). El camino es complicado, pero ella lo sabe desde antes. Lo que viene es avanzar.