P ese a los tópicos, el sector agroalimentario ha realizado un esfuerzo importante en los últimos años para incorporar la innovación a su negocio. Según la Federación Española de Industrias de la Alimentación y Bebidas, el porcentaje de empresas innovadoras es superior al total de la economía; estas empresas invierten el 0,26 por ciento de su facturación en I+D+i y, de 2003 a 2009, se ha multiplicado por cuatro el número de empresas alimentarias que investigan. Esta apuesta y su internacionalización, entre otros factores, han permitido que el sector esté soportando mejor que otros los envites de la crisis. Sin embargo, el esfuerzo todavía no es homogéneo, con un claro distanciamiento entre la industria agroalimentaria, más concienciada de la necesidad del carácter indispensable de la innovación, y el sector primario, todavía más alejado de esta necesidad. En este sentido, supone una gran oportunidad el nuevo concepto de valor compartido, acuñado por el economista Michael E. Porter, que ya están aplicando grandes empresas conocidas por su rigor en los negocios, como General Electric, Google, IBM, Nestlé, Wal-Mart o Grupo Siro y que se está promoviendo desde autoridades como la Comisión Europea. El valor compartido defiende una nueva filosofía de gestión empresarial basada en crear valor económico de manera que también genere valor para la sociedad en la que se inserta la empresa, abordando sus necesidades y desafíos. Supone conectar el éxito de los negocios con el progreso social. Es un concepto que va más allá de la filantropía, la sostenibilidad o la tradicional RSC y supone una verdadera innovación en la gestión empresarial. Consiste en integrar el negocio en el territorio en el que se inserta para crear y compartir valor con su entorno: contratando proveedores y mano de obra local, participando en las instituciones y la vida socioeconómica de las localidades cercanas… Llevado al sector agroalimentario, aplicar el valor compartido supone fortalecer el clúster local de proveedores y de otras entidades para mejorar la eficiencia de los procesos productivos, el rendimiento de los cultivos, la calidad del producto y la sostenibilidad del negocio. Esta filosofía de trabajo favorece la extensión de la cultura de la innovación, porque ayuda a anclar el conocimiento al territorio y sobre todo, porque tira de la cadena de valor desde el origen.