Su presidente, Ackermann, dice que obligar a devaluar las carteras conllevaría la desaparición de varias entidadesberlín. En época de crisis, no faltan los gurús ni los profetas. En este sentido, la última de estas voces llega de Alemania. "Es obvio el que muchas entidades no sobrevivirían en el caso de tener que reevaluar sus carteras de deuda soberana a precios de mercado". Así, sin pelos en la lengua se expresaba ayer Josef Ackermann, en el marco de un simposio bancario organizado por el diario económico Handelsblatt en Fráncfort. El presidente de Deutsche Bank defendía que desde que comenzara la crisis, a finales de 2009, muchas entidades europeas han llegado a perder ya hasta un tercio o más de su valor en bolsa, y esto se debe principalmente a sus negocios e inversiones de distinto tipo en países actualmente en apuros, como por ejemplo Grecia, Portugal, Italia o España. Con ello, el líder de la mayor entidad privada de la locomotora lanzaba uno de esos comentarios voraces a los que acostumbra. A su juicio, no sólo la deuda soberana de los denominados PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España) ha minado la capacidad de muchos bancos europeos (entre ellos gran parte, franceses y alemanes), sino que las perspectivas para ellos no son muy buenas. Especialmente desde el momento en que vuelvan a contabilizar en sus libros las pérdidas que les acarrean los bonos públicos de los periféricos con respecto al nivel actual de éstos en el mercado. Es más, meses después de haber dudado de la capacidad de Grecia para devolver su deuda e incluso de lo conveniente o no de mantenerla en la UE, Ackermann advierte de que la situación actual del sector financiero (regida meramente por la volatilidad, el temor y la incertidumbre), podría desencadenar en un colapso como el que aconteciera en otoño de 2008, tras la quiebra del banco estadounidense Lehman Brothers, que empujó a la recesión mundial. No obstante, el banquero subrayó que, por lo menos en este momento, el sector bancario europeo está "mejor capitalizado y depende menos de la liquidez a corto plazo", de lo que lo estaba en aquél momento, y mejor preparado para los riesgos que puedan surgir. Precisamente, la actual directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, abrió hace unos días el debate en torno a este asunto. Lagarde exigió la recapitalización urgente de los bancos europeos, por valor de 200.000 millones de euros, para ayudarles a combatir los riesgos por su exposición a la deuda soberana. Y la UE indicaba a mediados de agosto que los bancos no estaban suficientemente provisionados para cubrir las eventuales pérdidas derivadas de su cartera de deuda soberana. Pero Ackermann no hizo ayer sino rechazar la medida, al alegar que "forzar a los bancos a incrementar su capital podría minar la credibilidad de las medidas existentes", aludiendo a los actuales rescates en la Eurozona. Más dosis de pesimismo Los recientes acontecimientos y reacciones de los mercados, así como de los políticos y la opinión pública, no son más que "un recordatorio de que las reformas adoptadas hasta la fecha son insuficientes", apuntaba Ackermann, quien apuesta por un examen exhaustivo de todas las medidas acordadas. Los bancos por sí mismos deben hacer mucho más, sobre todo para evitar "que las respuestas finalmente sólo vengan dadas desde la política y estén por ello poco orientadas a los objetivos". A los políticos les exige que cumplan a raja tabla con los programas de recortes, un requisito imprescindible pata que la situación no se agrave. Las palabras de Ackermann son compartidas por buena parte de sus colegas, que se niegan a reconocer en sus balances las consecuencias de una evaluación a la baja de estos activos. Los expertos apuntan a que buena parte del sector se vería abocado a llevar a cabo ampliaciones de capital. Pero no todos lograrían atraer los fondos necesarios por la desconfianza de los mercados, por lo que tendrían que acudir a rescates públicos millonarios o desaparecer por la falta de recursos de las administraciones estatales, cuyos déficit son insostenibles por la crisis bancaria de 2009.