Cate Blanchett, vuelve a reunirse con el equipo que la lanzó a la famaLo más interesante de Elizabeth. La edad de Oro quizá sea que todo es mucho más maduro y sopesado que en la primera parte, dirigida hace casi diez años por el mismo director, Shekhar Kapur, y con los mismos actores, Cate Blanchett y Geoffrey Rush, que retoman aquel episodio histórico, años más tarde. Ha madurado el realizador indio, que mueve su cámara con mayor soltura, y Blanchett se ha hecho una actriz más experimentada, capaz de dotar de nuevos y sorprendentes matices a esta versión de la reina, que también ha envejecido y es más consciente de su papel de soberana, pero que se vuelve más histérica al caer en la cuenta de que el amor no están hecho para monarcas.Notoriamente, la producción es también mayor, más ambiciosa, más acertada. La larga y lujosa galería de trajes (diseñados con tino y buen gusto por Alexandra Byrne), deja como Cenicienta a la anterior. Si hubieran incluido una batalla podría haber sido una película más épica, pero Kapur intencionadamente se contiene, rodando la batalla del final en planos cerrados, eludiendo así la espectacularidad típica de Hollywood y apostando por una elegancia y sobriedad que la hace más refinada, europea y artística que su precedente. Prefiere centrarse en su reina con metálico traje de guerrera a lo Juana de Arco, montada sobre su caballo blanco, infundando valor y coraje a sus pocos hombres antes que escenificar una batalla de efectos especiales de infarto.Tres bloquesTodo ello es loable, pero en el fondo, no deja de ser un fruto de la industria queriendo reactivar un éxito anterior, acorde a los mismos parámetros de las secuelas de filmes de superhéroes, con la misma fórmula de ir a más que la entrega anterior. Está estructurada en base a que los británicos son buenos y plurales y los españoles católicos fanáticos y viles; con una antagonista en casa, su prima Ana Bolena (desperdiciada Samantha Morton) y una historia de amor entre la reina y un guapo aventurero, sir Walter Raleigh (encarnado por un seductor Clive Owen) que, inventada o no, es el ingrediente necesario para el funcionamiento de una producción de estas características. Con todo, es un entretenimiento mayúsculo, un filme lujoso y emocionante que, tímidamente y muy en el fondo, también quiere hablar de un tema de actualidad candente: los peligros del fundamentalismo religioso, encarnados aquí en el perverso y ultracatólico Felipe II, interpretado con excesos oscurantistas por Jordi Mollá.