La República Moldava de Transnistria se ha convertido en un nuevo foco de traficantes de personas. Los inmigrantes pagan 300 euros por viajar desde allí hasta Rumanía, pero el precio final es 50 veces superiorTiraspol (Transnistria). Las cortinas de cartón piedra de la autoproclamada república moldava de Transnistria, repletas de banderas rusas, bustos de Lenin, pósters del Che y sótanos llenos de armas, sirven de tapadera a los negocios sucios de los traficantes de clandestinos de la Europa del Este: albaneses, rumanos y, últimamente, también moldavos. Son unos negocios de oro para Transnistria, que se vienen a añadir a los ingresos relacionados con el lavado de dinero negro, el tráfico de armas y de droga o el contrabando.Desde que Rumanía entró en la Unión Europea, la vecina República de Moldavia y, sobre todo, la secesionista República Moldava de Transnistria (con sus 700.000 habitantes en manos del ex agente del KGB Igor Smirnov) representan la nueva frontera extracomunitaria que se asoma al abismo ucraniano.El puerto de Odessa del mar Negro (punto de referencia de los movimientos de mercancías con Oriente), está a un tiro de piedra de Tiraspol, la capital de Transnistria. No cambian los objetivos finales (inmigración clandestina, reducción a la esclavitud, prostitución), ni los métodos.Hoy, a los rumanos les basta con el carné de identidad, pero desde el pasado 1 de enero sus vecinos moldavos, necesitan un visado incluso para entrar en Rumanía. El trayecto en barco desde Tiraspol, que cuesta un rublo, puede terminar, por fuerza de la inercia de la corriente y como si de un juego de niños se tratase, atracando en la orilla opuesta del Dniestr, donde se descarga de todo. Incluso seres humanos escondidos en microbuses y autocares. Nadie ve nada, y el que lo ve hace como si no lo viese.Los camioneros se esconden debajo de los árboles en espera de la señal. Están tranquilos, porque saben que no hay ningún control aéreo. Llegan de Ucrania y de Rusia y utilizan esta lengua de tierra para entrar en Moldavia y, después, en Rumanía. Es decir, en la Unión Europea. Y desde allí recomienzan la peregrinación: Italia, Francia, Irlanda, Portugal...Tapaderas publicitariasEl viaje en Moldavia se inicia con la sirena de los anuncios publicitarios y de los viajes. Desgraciadamente, las autoridades advierten de que todo eso es una tapadera. Y la estructura de las organizaciones criminales es idéntica para cada etnia, aunque los líderes que gestionan la cúpula (y la red de agentes que, a su vez, realizan los transportes por la ruta Moldavia-Rumanía) son moldavos. Los pagos se hacen a los tesoreros moldavos o a los lugartenientes de los líderes rumanos, y las rivalidades históricas entre ambos se atemperan con los negocios.Los países de tránsito son Hungría, Serbia, Eslovenia, República Checa e incluso Rumanía, y en el camino intervienen también los coordinadores locales y transportistas.Las cabezas pensantes están en Tiraspol, pero sus tropas tienen que moverse por todo el territorio. Cada persona transportada de Moldavia a Ruma- nía paga oficialmente 300 euros, aunque el precio final de llegar al país de destino será de unos 16.000 euros. "Una parte de los clandestinos termina en las redes de la prostitución. El 35 por ciento de ellos lo hace a sabiendas y un 55 por ciento se ven obligados a prostituirse. El 10 por ciento restante es reducido a la esclavitud por medio de la violencia, porque la mayoría de visados son falsos", dice el oficial de contacto de la Europol Paolo Sartori.Moldavia va camino de convertirse en un país sólo de hombres, porque el 60 por ciento de los que emigran son mujeres. Hay pueblos enteros vacíos, sin mujeres, hijas o hermanas. A veces, los hombres solos se suicidan o ahogan sus penas en alcohol. Los clandestinos mandan a casa mucho dinero: 1.000 millones de euros anuales, o quizás 2.000 millones. Y todo eso, para un país en el que el salario mensual ronda los 60 euros. "Somos el primer país del mundo en cuanto a las remesas de los emigrantes respecto al PIB", dice un agente económico moldavo. El año pasado, sólo las transferencias de dinero sumaron 700 millones, con una subida del 25 por ciento respecto a 2005, pero ya han comenzado los asaltos a los microbuses, donde vuelve el dinero transportado ilegalmente a casa. Así, en Moldavia la construcción está experimentando un crecimiento extraordinario: todos se hacen una casa.Las redes de la prostituciónDevolver a casa a las chicas que terminan en las redes de la prostitución es como intentar vaciar el mar a cubos, una tarea complicada que desarrolla gente como el sacerdote Cesare Lodeserto, que ya ha devuelto a Moldavia a 1.500 mujeres. "Aquí hay que moverse sin contemplaciones", dice, Y explica que, a veces, para liberar a una chica moldava de su proxeneta ha tenido que pagar 500 euros.