Los terratenientes quieren mantener a los niños alejados de la instrucción escolarKhai Garan. El pequeño Awais tiene frío. A 1.400 metros de altitud el aire corta. Y la escuela a la que asiste es a cielo abierto. Allí repite en voz alta las lecciones a coro, junto a una veintena de compañeros. Unos están de pie, otros en cuclillas y los demás, sentados en piedras. Detrás de ellos, hay tres tiendas. La escuela no existe: se derrumbó en 2005, cuando un violento terremoto destrozó la Cachemira paquistaní, matando a 73.000 personas.Y, como a unos metros está la frontera hindú, desde hace décadas la aldea es objeto de ataques militares. Pero, tras cada seísmo o combate militar, los niños vuelven a la escuela. "Lo primero que hemos reconstruido han sido los colegios, porque es lo que nos ha pedido la gente. Prefieren educación a salud", explica una ONG. Y es que, en Pakistán, las familias están dispuestas a sacrificar lo que sea para dar instrucción a sus hijos.Cerca del río, una escuela privada acoge a niños que pagan entre 140 y 300 rupias, es decir, 25 euros al mes. En la aldea, los sueldos no son altos: 610.000 rupias al año para un funcionario; o lo que es lo mismo, 6.000 rupias al mes: poco más de dos dólares al día, el umbral de la pobreza. Pero, la escuela está llena. Muham-man Asghar Awan, el director, lo explica así: "Aquí, los estándares educativos son buenos, están prohibidos los castigos corporales y los profesores son mejores", dice. Pero el éxito de los colegios privados tiene otro motivo: enseñan inglés, la lengua necesaria para poder entrar en la universidad. Desde 1979, tras las reformas islámicas del general Zia ul Haq, en las escuelas estatales sólo se enseña el urdu. Los privilegiados de las elites anglófonas conservan, pues, una formidable ventaja.El Gobierno dice que las cosas cambiarán, pero, por ahora, muchas familias tienen que pagar para que sus hijos tengan las mismas oportunidades. El deseo de instrucción de los paquistaníes sigue encontrando demasiadas barreras. El mayor obstáculo se plasma en la aldea de Budhara, donde hay otra escuela en construcción ante la atenta mirada del rico terrateniente de la aldea, que vive al lado. No está contento. Y no tiene motivo para estarlo: ha tenido que ceder 1.000 metros cuadrados de tierra para el edificio, y ha perdido 30.000 euros.A juicio del vicedirector educativo local de la agencia para la reconstrucción, Raja Zafar Iqbal, el Gobierno de Cachemira impone a la comunidad que done los terrenos para escuelas elementales. "Así se sienten propietarios de ellas", señala. "Pero hay aldeas en las que los terratenientes impiden que se abran escuelas o no permiten que funcionen bien", explica Faisal Bari, de la Universidad de Lahore.Ésta es la clave para entender lo que está pasando en el país: los terratenientes quieren mantener a los niños alejados de la instrucción escolar. Así es Pakistán: un Estado elitista y oligárquico. Terratenientes, empresarios, burócratas y militares se alternan en el Gobierno, fingiendo ser populares con el objetivo de mantener cerrado el acceso a la aristocracia, cuyos miembros intentan aumentar su poder por todos los medios a su alcance.Un instrumento políticoLa ignorancia fue, y sigue siendo, un instrumento político. "Con un nivel de instrucción tan bajo, las elites ganan siempre las elecciones. Y eso es algo que no sólo sucede aquí", explica el ex gobernador del banco central y hoy asesor del Gobierno, Ishart Husain.Cobrar, pues, impuestos para que los pobres vayan a la escuela o para dedicarlos al sistema sanitario es muy difícil, por no decir imposible. Hoy en día, el número de contribuyentes ha crecido, pero Pakistán debe basarse todavía en los impuestos indirectos, que pesan sobre el consumo y penalizan a los menos afortunados.La situación sólo podrá desbloquearse como efecto de una mayor cultura, pero también por la fragmentación de la propiedad. "Tendrá que pasar mucho tiempo, pero la clase media accederá cada vez más a la política", sostiene Husain. Hasta ahora, no ha sido posible. Ni siquiera 50 años de crecimiento (con una pausa dolorosa a finales de los 90) ayudaron a los mejores a acceder al ámbito político.Aunque el país está consiguiendo resultados económicos clamorosos, la cuarta parte de los paquistaníes sigue siendo pobre (en 1990 eran el 18 por ciento). La mitad de la población es analfabeta, la mortalidad infantil es alta, el acceso a la sanidad y a la instrucción es limitado y esto hace que baje la productividad y que aumente el número de parados.Crecimiento sin desarrolloLos críticos dicen que Pakistán es el país del crecimiento sin desarrollo, pero Husain no está de acuerdo. "Eso es un cliché", protesta, aunque reconoce que tampoco hay margen para lanzar las campanas al vuelo. Durante mucho tiempo, una mezcla tupida de relaciones e intereses ha sofocado al país y el Gobierno del general Pervez Musharraf tuvo que abrir totalmente la economía a los mercados internacionales para romper las cadenas.En la pobre y aislada Cachemira fue un terremoto el que rompió las cadenas de los intereses creados. Está pasando algo, y no sólo en las escuelas. "Aquí la gente nunca había abierto una cuenta bancaria, pero ahora casi todo el mundo tiene una para recibir el dinero para la reconstrucción; las propiedades se registran, cuando antes no se hacía, y por fin muchos tienen una casa auténtica y carné de identidad. Con la llegada de las ayudas extranjeras, ahora las mujeres van al médico para dar a luz y está bajando la tasa de mortalidad", indica el teniente general Nadeem Ahmed, vicepresidente de ERRA (autoridad para la reconstrucción). Incluso los trabajadores tienen nuevas oportunidades. "Les estamos enseñando oficios de electricistas, carpinteros, fontaneros, albañiles o soldadores. Se les paga por aprender, mientras que en otros lugares tienen que pagar. Muchos de ellos estaban en paro y ya no lo están", añade.Cachemira se está convirtiendo en un laboratorio para todo Pakistán. "Espero poder aplicar esta experiencia en otras partes. Se puede hacer (si las elites se lo permiten)", señala Ahmed.El Gobierno ya ha conseguido algo. "En los últimos años, Pakistán ha unido crecimiento y desarrollo, como demuestra la reducción de la pobreza y la mejora de los indicadores sociales. Ahora, gran parte del éxito depende de las reformas que se hagan en las provincias", apunta John Wall, de un banco de Islamabad. En las provincias es donde las oligarquías tienen mayor poder. Por eso, muchos paquistaníes están haciendo las reformas por sí mismos: mandan a sus hijos a la escuela. En Khai Garan, a pesar del frío del invierno, Awais sigue estudiando. Para poder conquistar un futuro que algunos le quieren seguir negando.