La capital de La Palma, la frondosa Isla Bonita, tiene un evidente motivo de orgullo: la espléndida arquitectura de las casas de los antiguos hacendados. Por Roberto RenedoLa nueva arquitectura se desarrolla hacia arriba y proyecta escenas de futuro, de osadías posibles, de existencias muy lineales. Pero son las mismas en cualquier parte del planeta: ya sea Valencia, Chicago o Shanghai. Los modernos edificios entonan al unísono la cantinela de la consabida globalización. Sin embargo, las construcciones típicas de cada lugar siguen en su sitio reiterando formas personales e intransferibles. Ese es el caso de las viejas casas de balcones y miradores de madera que se alinean a la orilla del mar en Santa Cruz de la Palma. Componen una escena única con toda una retahíla de connotaciones: canario, atlántico, isleño, sureño, norteño, portugués, colonial... Pintadas en plácidos colores, son lo que son porque llevan una buena ración de historia detrás. Y son hermosas, aunque en realidad sean las fachadas traseras de la buenas casas que dan la cara a la calle Real.La capital de la más occidental de las islas Canarias es uno de los hitos de la muy personal arquitectura del archipiélago. Mira que suena raro hablar de colonial en estas islas frente a las costas africanas, pero es que el aire de las calles y plazas del viejo Santa Cruz de la Palma se parece innegablemente al de tantas viejas ciudades del Nuevo Mundo. ¿Quito? ¿Cartagena de Indias? A ver si ahora va a resultar que la globalización arquitectónica estaba ya inventada... Bien es cierto que un efecto parecido han producido todos los imperios. Pero no. Antiguamente, aunque se siguiesen patrones determinados, cada lugar se empeñaba en matizarlos.La arquitectura típica de la Isla Bonita (apodo redicho pero cierto) es, como la de todo el archipiélago, heredera de las modas del siglo XVII, traídas por sucesivas oleadas de colonos. Los que llegaron de la baja Andalucía aportaron el gusto por la madera trabajada al estilo mudéjar en techos y patios. Mientras que los portugueses, seguramente por influencia inglesa y atlántica, pusieron de moda las grandes ventanas de guillotina y cuadriculadas. Son elementos ambos muy llamativos, contundentes sobre todo cuando la fachada es blanca y está rematada en sillería por las oscuras piedras volcánicas. Y qué primor de conservación: inmaculadamente pintadas y repintadas las paredes y ventanas en la calle Real, son herederas de los tiempos de prosperidad, cuando Santa Cruz se contaba como uno de los principales puertos en el comercio trasatlántico de aquel imperio. También son las mansiones hijas del porvenir que trajo el cultivo de azúcar: viejas familias de origen portugués, genovés o flamenco dieron lustre a sus apellidos de nuevos ricos en el escaparate de esas casas que hoy siguen en pie en torno a la plaza de España, centro neurálgico donde se alzan el ayuntamiento y la renacentista iglesia de El Salvador, y estatuas, y fuentes, y escaleras. Siempre hay escaleras en esta isla de relieves verticales. Rimbombancia palaciegaLas ventanas portuguesas sitúan en el lugar a la casa Salazar, enteramente de piedra y con rimbombancia palaciega del XVII. Del mismo tiempo y la misma piedra oscura es el castillo de Santa Catalina. Los cuadrados de antigua lava están también en la espadaña del viejo convento franciscano, convertido hoy en Museo Insular; en los sillares rústicos de la iglesia de la Encarnación (siglo XVI) y dentro de las blancas paredes del curioso edificio de La Cosmológica, importante sociedad cultural creada en el XIX. Acaso el sonoro nombre era una premonición del futuro éxito del cielo de La Palma, que ya se sabe que son muchos y de muchas nacionalidades los observatorios instalados en sus alturas.Allá arriba, dale que dale a mirar el cielo, esa cosa etérea, extraña, hermosa, ¿infinita? A casi 2.500 metros, despunta el conocido Roque de los Muchachos, pico sobresaliente del circo inmenso del parque nacional de la Caldera de Taburiente. Que sí, que será muy interesante sacarle secretos cada día al cosmos, pero qué ganas de perderse en conjeturas, con lo fácil que es mirar hacia abajo y dejarse apabullar por el intenso verdor del paisaje, muy atlántico y también un tanto exótico.La más verde de las Canarias, con sus bosques de pinos y laurisilva, sus manantiales y riachuelos (los únicos del archipiélago), bien se merecía un título como el que destacan las guías: Reserva de la Biosfera. Así que tiene inmejorable escenario el cuento de la arquitectura, pues en medio de la densa vegetación, las casas típicas quedan que ni pintadas. Su encanto está también en barrios como los de Dornajo, San Telmo y Baltasar Martín, y en sus pueblos: al norte, Barlovento, Garafía, San Andrés y Sauces, Puntallana y Puntagorda; en el centro, Breña Alta, Breña Baja, El Paso, Villa de Mazo, Tazacorte y Tijarafe; y al sur, Fuencaliente, con sus viñedos sobre tierra negra. La entonación arquitectónica es también santo y seña de la otra ciudad de la isla, Los Llanos de Aridane, más grande que la capital y uno de los corazones de la producción de plátano de Canarias. Con sus negras motitas. Con mucha personalidad, como las cosas y las casas de esta isla.