En la segunda temporada de la recomendable serie italiana Suburra (Netflix), el candidato bisagra a la Alcaldía de Roma provoca incidentes y agita la situación porque se ha pasado del centro izquierda a pactar con la derecha, y es consciente de que el miedo favorece el voto conservador. En España, si se relajara la tensión con el independentismo se vendría abajo el principal argumento que vertebra el discurso de Rivera. Ante el desastre electoral en unos comicios que parecían inevitables, el líder político que más tiempo lleva al frente de su formación ha dado un paso, que es más que nada. Definir su singladura como errática es inatacable, aunque ahora tiene sentido virar. La derechización de Albert había cabreado no solo a la lista de desertores de su partido sino a las bases. La propuesta in extremis llega porque se mascaba la tragedia y porque, más allá de las encuestas, la militancia se preguntaba por qué iba alguien de derechas a votar a un partido que no sea el PP, y pretender que Cs es aún el centro resultaba hilarante. Se hablaba de la dimisión de Albert Rivera si fracasaba en los previsibles comicios. La proa del discurso de Albert ha cambiado de rumbo, por muy inasumibles que sean las condiciones impuestas al PSOE para abstenerse en la investidura. La unidad de España no bastaba ya como arma para resistir el oleaje. El paso atrás de Rivera vale como cartel electoral pero responde a la presión de amplios sectores de la militancia, que entienden como fracaso no evitar a los españoles las cuartas elecciones en cuatro años o un gobierno de Sánchez con la ultra izquierda. La pelota está ahora más que nunca en el tejado de Ferraz. Que entregue Navarra.