Cultura
¿Por qué no me acuerdo de tu nombre?
"Ya te llamaré, Carlota... Carolina... ¡Cristina, eso!" Los lapsus nominales pueden resultar tan incómodos como olvidarse por completo del nombre de una persona a la que te han presentado hace dos minutos (o dos horas).
Muchos han tenido que afrontar el vergonzoso momento del "Perdona, ¿me puedes repetir cómo te llamas?", pero un reportaje de la publicación Atlantic, basado en estudios y testimonios de expertos en psicología, ha hallado tres posibles explicaciones para justificar este olvido.
La primera, la falta de interés. Quizá en una fiesta llena de extraños sólo estás aparentando ser más extrovertido de lo que eres habitualmente, y olvidas retener los nombres de las personas que te presentan porque tu cerebro está ocupado planeando otro asunto de mayor interés. El nivel de interés y atención que depositamos en una cosa -en este caso, el nombre de la persona a la que acabamos de conocer- influye en cómo impacta esta en nuestra memoria. De ahí que los más extrovertidos son los que tienen una mayor facilidad para retener la identidad de quienes acaban de conocer.
La segunda, un fallo de nuestro propio sistema de memoria. A la obra de asimilar una nueva información puede entrar en proceso la memoria a corto plazo o la memoria a largo plazo. La primera procesa la información reteniéndola de una manera "superficial", no está realmente concentrada en ese asunto que debe retener, por lo que termina desapareciendo en un periodo de tiempo, mientras que con la memoria larga ocurre lo contrario: el cerebro se concentra en asimilar la información y las bases de esta, aunque necesite refrescarse en ocasiones, perdura en el tiempo. Lo normal cuando se nos presenta una persona es que su nombre sea captado por nuestra memoria a corto plazo, y que sea necesario repetirlo varias veces para asimilar plenamente la relación entre identidad y persona física.
La tercera, que un nombre en sí, oído la primera vez, no te dice gran cosa sobre el carácter de la otra persona a la que estás conociendo, de ahí que tu cerebro no tenga ningún gancho extra al que aferrarse para distinguirla. Juan puede resultar encantador, pero también lo sería si se llamara José o Javier, parafraseando una explicación propia de Romeo y Julieta ("una rosa no sería menos bella con otro nombre", o traducciones similares).
El nombre, a fin de cuentas, es una seña de identidad arbitraria, y cuando conoces a tres Marías, siete Anas, cuatro Pablo y cinco Quiques, deja de ser un instrumento específico o inusual a la hora de identificar a alguien.