El día en que la Tierra podría chocar con Marte
Una de las características del Sistema Solar es su estabilidad. Con la excepción de Mercurio, los ocho planetas se mueven en órbitas casi circulares. Y así ha sido desde hace miles de millones de años. Pero cualquiera que tenga algún conocimiento sobre mecánica celeste sabe perfectamente que la estabilidad de un sistema planetario es algo engañoso. Calcular las interacciones gravitatorias mutuas entre los cuerpos del Sistema Solar es una tarea hercúlea a pesar de su aparente simplicidad.
Según la formación del blog personal Eureka, ya en el siglo XVIII Isaac Newton se planteó las primeras dudas sobre la estabilidad del Sistema Solar a largo plazo. En aquel entonces el descubrimientos de órbitas elípticas de diferentes cuerpos espaciales como por ejemplo los cometas preocupó de manera considerable a los astrónomos de la época porque esa trayectoria hacía suponer que podían intersectarse con la órbita del resto de los planetas. Por supuesto, hoy es bien conocido que la masa de los cometas es despreciable comparada con la del resto de planetas y que no suponen ningún peligro para la estabilidad planetaria, pero en el siglo XVIII este hecho no parecía tan evidente. Genios de la talla de Pierre Le Monnier, Jérôme Lalande o Leonhard Euler fueron incapaces de asegurar que las órbitas de los planetas del Sistema Solar fueran a permanecer inmutables en el futuro. Para tranquilidad de todos, Joseph-Louis Lagrange y Pierre-Simon Laplace demostraron la estabilidad de las órbitas de los planetas de acuerdo con la ley de la gravitación de Newton allá por 1800.
Dentro de un margen de cien millones de años, el Sistema Solar es ciertamente estable. Las excentricidades de las órbitas de Venus y la Tierra apenas cambian durante este periodo, aunque sí la de Marte, que puede alcanzar una excentricidad de 0,2 (en la actualidad, la Tierra tiene una excentricidad orbital de 0,012), y la de Mercurio, capaz de llegar a 0,5. Si se extrapolasen estos modelos a períodos de tiempo aún mayores las cosas cambiarían totalmente. En menos de 3500 millones de años, es probable que la órbita de Mercurio adquiera una excentricidad de 0,9, suficiente para permitir una colisión con Venus. Por otro lado, las órbitas de el resto de planetas del Sistema Solar interior permanecerían más o menos igual. Mientras no se produzca un viaje a Venus, se puede pasar el resto de la vida del Sol en la Tierra sin miedo a que otro planeta choque contra el ella.
Una colisión entre Mercurio y Venus ya sería lo suficientemente dramática y afectaría de manera desastrosa al planeta Tierra, pero es que además existe un 0,1% de que la órbita de Marte sea expulsado del Sistema Solar y se encuentre con la del planeta azul en los próximos cinco mil millones de años. Si esto sigue sin parecer nada impresionate atención con el siguiente dato. Existe un 1,2% de probabilidades de que Marte choque con la Tierra. Y no solo Marte. Si hablamos de Venus, la probabilidad de un choque contra nuestro planeta es de un 0,7%. Esto ya es otra cosa. Sin duda, son probabilidades muy bajas, sí, pero no despreciables. Curiosamente, si no se tuviera en cuenta la Relatividad General, la probabilidad de colisiones entre planetas del Sistema Solar interno subiría hasta el 40%.