La liberación de Egipto

Mubarak pasó a la historia y su derrota marcará un hito por varios motivos. Sobre todo, porque se ha producido de manera pacífica, sin derrame de sangre, gracias a que un grupo de jóvenes logró engañar a la Policía y ocupó la plaza Tahrir, próxima al Parlamento, con la excusa de que iban a celebrar una manifestación. También porque su protagonista es el pueblo, los héroes son anónimos, los mensajes se difundieron por internet. Esta característica, propia de los tiempos actuales, crea una carencia, la falta de líderes para llevar la gobernanza en el futuro. El Ejército será, por eso, el encargado de tutelar la transición, con la consiguiente incertidumbre que siempre despierta y las tentaciones de hacerse con el mando definitivo a golpe de metralleta. Existe, además, un agraviado, el grupo de los Hermanos Musulmanes, la única oposición organizada, que se niega a condenar a Al Qaeda. El riesgo de conflicto civil está, por tanto, servido. Algunas cadenas de televisión cambiaron el nombre de la Plaza Tahrir por el de la Liberación. Eso es hermoso, pero queda por recorrer el camino más difícil, el de la transición a la democracia.

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