Ocurrió el invierno pasado con Ucrania y ahora se repite con su vecina Bielorrusia. El monopolio del gas ruso, el gigante Gazprom, quiere subir las tarifas al país y éste amenaza con romper el contrato e impedir que el gas pase por su territorio, lo que cortaría el suministro a Europa (por allí transcurre el 22% del suministro del continente). De momento, a diferencia del año pasado, el precio del gas no se ha disparado. Pero esta nueva crisis evidencia la dependencia energética de Europa y, sobre todo, el excesivo poder en manos de la clase dirigente rusa, que es cualquier cosa menos fiable.