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La ampliación del Museo del Prado: los entresijos de una obra titánica
El suelo de la sala de Las Meninas estaba sufriendo, silenciosamente, una intervención quirúrgica de máximo riesgo y enorme dificultad: cambiar la estructura que sujetaba el techo -y a la vez el suelo de la sala donde se cuelgan varias obras de Velázquez- para crear una nueva, que sirviera de cubierta a la renovada Sala de las Musas, la habitación rematada en forma de ábside por la que ahora se conecta el antiguo edificio con la parte de la ampliación.
No ha sido esa la única dificultad técnica que han tenido que salvar los trabajadores de la UTE entre Constructora San José y Dragados que han llevado a cabo las obras de la ampliación en los últimos cinco años. El proyecto del arquitecto Rafael Moneo era ambicioso, y buscaba unir el edificio Villanueva con el Cubo que encierra el claustro de los Jerónimos para que el nuevo Prado sea un mismo espacio.
Más nombres
Moneo, como autor del proyecto, es quien se está llevando todos los honores. Pero hay muchos más nombres que han hecho posible la faraónica obra, que busca situar al museo en pleno siglo XXI, ampliar sus espacio de exposición y dotar a la pinacoteca de salas y servicios que venía necesitando desde hace tiempo.
Uno de esos nombres es el de Jesús Romero, jefe de obra de la ampliación, de la empresa San José. Si Moneo tiene todo el proyecto en la cabeza, lo de Romero no es para menos. Conoce cada detalle de la construcción, e incluso sorprende su presición para recordar medidas, grosores de muros y todo tipo de detalles que han supuesto su día a día en los últimos cinco años.
"Ha sido una obra muy difícil, por su complejidad y la del proyecto en sí mismo", asegura ante apertura definitiva de la ampliación. Esa complejidad no estaba sólo en los planos del proyecto. También en su aplicación para hacerlos realidad.
El primer escollo fue la Sala de las Musas, la que duerme bajo Las Meninas. Su techo, una estructura metálica, descansaba sobre pilares que hubo que quitar para, a la vez, ir haciendo una nueva. Ésta reposa ahora sobre los muros de la sala. Se trabajó sin cerrar al público la sala superior.
Construcción de lujo
Esta sala por la que ahora se accede al nuevo edificio tiene sus paredes cubiertas por estuco rojo, "hecho de la misma forma que se empleaba en Pompeya", apunta Romero. Eso significa que sobre una base de cemento y cal se han añadido varias capas más de cal, las últimas ya con el color definitivo.
Después, se han planchado con unas planchas de hierro calentadas en brasas naturales, para que penetre el color en la cal y salga el brillo, una viveza que durará décadas. A eso se le ha añadido un acabado de cera. Pero aquí no acaba la dificultad de esta sala. Los zócalos y el suelo están hechos con piedra de Colmenar, de un tamaño muy difícil de extraer de la roca, especialmente las de las esquinas.
En el nuevo vestíbulo, nexo de unión entre la ampliación y el antiguo edificio, no ha habido que solventar excesivas complicaciones. Lo más llamativo es el material utilizado en la zona de la cafetería: los separadores de las mesas son bloques de granito negro absoluto, un material poco habitual para el tamaño de las piezas, de unos ocho milímetros de grosor.
El empleo de éstos y los demás materiales nobles empleados -caliza de Colmenar, bronce, granito...- explican que el presupuesto final de la obra haya disparado a los 152 millones de euros.
Como un garaje subterráneo
Después, desde la cota inmediatamente inferior al claustro, se empezó la obra de arriba abajo y de abajo arriba. Es decir, desde el punto desde el que se empezó a construir, se fueron levantando los muros pantalla y los pilotes, y se fue haciendo hacia abajo la obra, con un método similar a los garajes subterráneos: una losa de hormigón apoyada en el terreno para poder seguir hacia abajo. A la vez, se ejecutaba la obra hacia arriba, digamos que con el método constructivo habitual de los edificios.
En las salas, desde mañana, colgarán cuadros que, por mucho que pesen, no se caerán. La explicación es sencilla: sus paredes están realizadas con una estructura de acero galvanizado, a las que se han fijado tableros de madera contrachapada de 25 milímetros de grosor. Sobre la madera se han añadido dos paneles de pladur de 15 milímetros cada uno. Cuando se cuelgue un lienzo, por grande y pesado que sea, se atornillará a la estructura de madera, con lo que se asegurará su correcta sujeción. Por si fuera poco, también hay un perfil cuelgacuadros que por sí mismo ya sería suficiente.
Pero si todo esto es importante, y representa la cara más visible de la ampliación del Prado, más o menos perceptible por los visitantes que desde mañana llenarán las nuevas estancias, no menos importancia tiene todo lo que el espectador no va a ver.
El almacenaje, vital
Nos referimos a todo el trabajo que se ha llevado a cabo bajo el museo y en los lugares destinados al almacenaje y mantenimiento, ya que su resolución es vital para el discurrir futuro de la pinacoteca.
En primer lugar, en la zona de la ampliación se han creado almacenes que permitirán liberar miles de metros cuadrados del edificio Villanueva, a los que hay que sumar las nuevas estancias dedicadas a la conservación y restauración de obras.
En este apartado se incluye uno de los elementos más llamativos de la ampliación del museo, que el público no podrá observar. Se trata del ascensor creado en esta zona de almacenaje y descarga. Es el montacargas más grande de Europa, con una superficie de 34 metros cuadrados y capaz de soportar hasta 9.000 kilos de peso. "También está homologado como ascensor de personas, para ser utilizado si se necesita en algún acto concreto", señala Romero. "Se ha homologado para que pueda funcionar con 60 personas, aunque por peso podría admitir a mucha más gente", asegura Romero.
Apertura definitiva
Bajo el suelo de Villanueva se ha llevado a cabo una importante intervención, fundamental para el funcionamiento del museo. "Ha sido una parte compleja de la obra", señala Jesús Romero. Se refiere a las galerías, estructuras y recalces que se han hecho a nivel de sótanos en el antiguo edificio. Concretamente, bajo el pabellón norte se ha vaciado el patio, se ha recalzado el edificio y se ha habilitado un sótano para los talleres del museo.
Con todo ello, se ha culminado una obra difícil, que exigía un enorme esfuerzo por parte de todos los actores que han intervenido. Moneo y el director del Prado, Miguel Zugaza, no son los únicos que se felicitan por la conclusión de las obras. También las empresas que han intervenido en ellas, y que han sido parte fundamental en su ejecución.
El resultado se puede contemplar desde mañana, día en que se abre al público de forma definitiva todo el espacio nuevo de la ampliación.