La impresionante lección de coraje de Terelu en la isla: la predecible y heroica batalla de una guerrera
Sara Tejada
No dábamos un duro por ella y haber durando más de dos semanas es una lección de coraje Por muchos que lo supiéramos. En el corazón del Caribe, donde la arena se funde con el sudor de los náufragos de la televisión, Terelu Campos ha librado su última batalla. No ha sido contra la naturaleza ni contra el hambre, sino contra su propio cuerpo, que ha decidido plantarle cara y recordarle que los años y las cicatrices pesan más que la voluntad. La partida ha sido digna, sin dramas ni aspavientos, como quien se retira de la pista de baile sabiendo que ya ha dado todos los giros posibles.
La televisión lleva décadas fabricando héroes de quita y pon. Un día se es gladiador en la arena de la parrilla y al siguiente, un soldado que abandona el frente antes de tiempo. Pero Terelu no es de las que huyen por cobardía, sino por una lucidez feroz. Llegó hasta donde pudo y cuando el dolor apretó, decidió que no tenía que demostrarle nada a nadie. Desde el primer minuto, su presencia en la isla fue como la de un león en una jaula demasiado pequeña. Habituada a moverse entre los sofás de los platós y las sobremesas de tertulia, el salto al barro le suponía una prueba sin maquillaje ni focos amables. La arena caliente bajo los pies, las noches insomnes, el estómago rugiendo como una bestia hambrienta. Todo un desafío para quien ha librado guerras mucho más íntimas, esas que no necesitan de cámaras para ser crueles.
Terelu se fue porque el cuerpo se lo pidió. Lo dijo con la serenidad de quien ya ha mirado a la enfermedad a los ojos y ha aprendido a escuchar sus advertencias. La fatiga, los dolores, las cicatrices de antiguas batallas médicas le susurraron que ya era suficiente, que no había que forzar más la máquina. Podía haber seguido, claro, pero, ¿a qué precio? No se trata de aguantar por el simple hecho de resistir, sino de saber retirarse con dignidad, sin convertir el dolor en un espectáculo.
El volcán que nunca dejó de rugir
Siempre se ha dicho que el temperamento de Terelu es como un volcán: impredecible, ardiente, de esos que cuando estallan arrasan con todo. Pero esta vez la explosión no ha sido de rabia ni de frustración, sino de madurez. No ha esperado a derrumbarse en directo, a que las cámaras capturen la imagen de una mujer vencida por el cansancio. Ha tomado el control de su propia historia y ha dicho "hasta aquí".
El hambre, el insomnio, la convivencia con desconocidos que de la noche a la mañana se convierten en aliados o enemigos… Todo eso formaba parte del juego, pero la verdadera batalla estaba en su interior. Quizá haya sentido la claustrofobia de saber que no podía huir, que no había una puerta para salir cuando el ruido se hacía insoportable. Quizá la nostalgia haya pesado más de lo esperado. La isla es un espejo cruel que refleja los miedos más profundos, y el tiempo en soledad siempre es un detonante peligroso para quien ha pasado la vida esquivando fantasmas.
Pero Terelu no es de las que se quedan atrapadas en lamentos. Se va con la cabeza alta, con la satisfacción de haber probado el reto y la certeza de que no necesita demostrar nada más. A algunos les parecerá una derrota, pero ella sabe que es un triunfo personal. Aguantar no es sinónimo de éxito. A veces, la victoria está en saber decir "basta" a tiempo.
Una despedida sin dramatismos
Cuando anunció su marcha, no hubo lágrimas desbordadas ni discursos grandilocuentes. Solo una declaración firme: "Estoy segura". Como si la decisión ya estuviera tomada desde hacía tiempo, como si solo hubiera esperado el momento exacto para verbalizarla. La televisión se nutre de épicas y tragedias, pero Terelu optó por la sencillez de quien ya ha aprendido a priorizarse a sí misma. Laura Madrueño, con la emoción en la voz, intentó darle una despedida a la altura. "Te has superado", le dijo. Y sí, puede que no haya conquistado la isla ni batido récords de resistencia, pero ha superado la prueba más difícil: la de ser fiel a sí misma.
Terelu regresa a su mundo, a sus costumbres, a los suyos. A la comodidad de su hogar y al abrazo de los que de verdad importan. Atrás deja los mosquitos, el fuego que nunca prende a la primera, las noches en vela escuchando las olas y el estómago vacío. Lo intentó, peleó, se midió a sí misma y decidió retirarse antes de que el sufrimiento se convirtiera en espectáculo.
Así es Terelu, un volcán que ruge cuando es necesario y se apaga cuando el fuego ya no tiene sentido. Una guerrera que elige sus batallas y que, esta vez, ha decidido que la guerra no valía la pena. Y eso, en un mundo donde el aguante se confunde con el heroísmo, es un gesto de una valentía inmensa.