Genoveva Casanova, un canto al feminismo desde la paradoja de la aristocracia mediática
- El discurso de la ex de Cayetano Martínez de Irujo emocionó a todos los presentes, incluida a Victoria Federica, la hija de la infanta Elena
- Genoveva Casanova no ha roto un plato: los nervios de la mexicana la arrastran al fracaso en El Desafío
Informalia
El feminismo, tantas veces evocado en las tribunas académicas, en las plazas enardecidas de pancartas, en los manifiestos de tinta densa y en los versos de las poetas, encontró el viernes su forma más insólita en la televisión de prime time. La exmujer de un aristócrata, amiga de reyes, musa de fiestas de altos vuelos y habituada al perfume de los salones exclusivos, se convirtió en la abanderada del grito más visceral de todas las mujeres que, alguna vez, han sentido el peso de la etiqueta sobre su propia identidad.
Genoveva Casanova emergió en El Desafío no solo como una concursante más que lucha por superar pruebas imposibles, sino como la protagonista de un drama personal que, por su inverosímil contexto, se convirtió en una bella paradoja. Una mujer que compartió su vida con Cayetano Martínez de Irujo, el jinete que lleva sobre los hombros el peso de la Casa de Alba, y que se ha codeado con el Rey Federico de Dinamarca, alzó la voz para proclamar lo que tantas mujeres han susurrado en los espejos al amanecer: "Soy yo".
Porque en su emotiva intervención, entre la fiebre del espectáculo y los aplausos que estallaron como fuegos artificiales en el plató, Genoveva no solo agradeció la oportunidad de enfrentarse a su propio miedo, sino que convirtió ese miedo en estandarte. "Nadie tiene derecho a decirte que eres demasiado flaca, demasiado guapa, demasiado lista, demasiado habladora", dijo con la mirada húmeda y la voz firme. Y en ese instante, su mensaje dejó de pertenecer a la aristocracia y se instaló en la garganta de todas las mujeres que alguna vez han sentido que eran "demasiado" o "demasiado poco" para este mundo que se empeña en clasificarlas.
Las lágrimas del jurado, el aplauso del público y hasta la emoción de Victoria de Marichalar, hija de la infanta Elena, no hicieron más que subrayar la ironía majestuosa de la escena. La mujer que la historia habría querido encasillar en el papel de consorte y belleza ornamental acababa de plantarse en el centro del escenario para decir que ella, como tantas, había tenido que romperse para encontrarse.
Y así, con la aparente espontaneidad y el brillo imprevisto de la autenticidad, Genoveva Casanova ofreció su propio manifiesto. No con discursos académicos ni proclamas encendidas, sino con la simple pero poderosa verdad de quien, por fin, se ha permitido ser.