La vaquilla del Grand Prix muge en la polémica de Lalachus y el Sagrado Corazón: "No es para tanto"
- Miguel del Pozo, en plena encarnación bovina sosteniendo un móvil con la polémica imagen de Lalachus
- Belén Esteban defiende a Lalachus y carga contra "esos cristianos" que no la representan: "Tienen mucho que callar"
Informalia
En el mundo contemporáneo, donde las sombras de la solemnidad se disipan bajo la estridencia del humor y el espectáculo, una broma lanzada al aire puede devenir en cruzada moral. Así ha ocurrido con Lalachus, humorista del programa La Revuelta y reciente copresentadora de las campanadas de TVE junto a David Broncano. La cómica se ha convertido también en el centro de una tormenta que se alimenta de la crispación y las trincheras ideológicas y de algún modo se beneficia vertebrando gran parte de su discurso como contestación a un puñado de impresentables que la descalifican por su sobrepeso.
El gesto que encendió las alarmas no fue más que una irreverencia programada: una estampa del Sagrado Corazón de Jesús, pero con la inconfundible cabeza de la vaquilla del Grand Prix. Un chascarrillo visual, inocuo para unos, sacrílego para otros, que traspasó los límites de lo admisible, según sus detractores, en el campo de batalla de los sentimientos religiosos. Abogados Cristianos, una organización conocida por su vigilancia férrea del decoro espiritual, no tardó en presentar una denuncia formal contra Lalachus y el presidente de RTVE, José Pablo López, por un supuesto delito de odio.
Según la asociación, el gesto constituiría "un claro menosprecio y burla hacia los ritos y símbolos del catolicismo", una "vejación" que, argumentan, hiere los sentimientos de los creyentes. En un mundo donde las redes sociales son el coliseo de las nuevas contiendas, no faltaron las llamas avivadas por quienes vieron en el gesto una afrenta, y la campaña de acoso contra la humorista no tardó en desplegarse con toda su virulencia.
La sátira como frontera del escándalo
El humor, que históricamente ha servido para desnudar las imposturas del poder, parece haber entrado en una zona de peligro donde algunos guiños pueden ser tomados como estocada. El caso de Lalachus se inscribe en esa fina línea en la que la sátira, en otro tiempo vista como una expresión liberadora, se convierte en objeto de reproche y hasta litigio.
Pero la escena no se limita al juego simbólico de la estampa. El Grand Prix, ese programa antaño veraniego que marcó a generaciones con sus desafíos rurales y su entrañable vaquilla, ha vuelto a ocupar un espacio insospechado en el imaginario cultural español, esta vez como protagonista involuntario de una pugna entre lo profano y lo sagrado. Que la cabeza de una vaquilla de concurso sirva como substituto del Sagrado Corazón de Jesús es, para los denunciantes, una afrenta. Para otros, una travesura destinada a arrancar sonrisas y, tal vez, desdramatizar lo intocable.
El apoyo inesperado de la vaquilla
En medio del huracán, cuando los improperios y las defensas comienzan a amontonarse como granos de arena en la playa, surge una figura inesperada en defensa de Lalachus: nada menos que la vaquilla del Grand Prix. La célebre mascota, encarnada por Miguel del Pozo, no ha querido quedarse al margen del debate, lanzando un guiño de complicidad desde su cuenta de la red social X (anteriormente Twitter).
La fotografía, tomada en los prolegómenos de la Cabalgata de Reyes de Madrid, muestra a Del Pozo en plena encarnación bovina sosteniendo un móvil con la polémica imagen de Lalachus. Un gesto a todas luces humorístico, que busca desinflar la solemnidad de la controversia. Sin embargo, no han faltado quienes han advertido al joven madrileño sobre los riesgos de involucrarse en una polémica de esta naturaleza.
Lejos de amilanarse, Miguel del Pozo ha respondido con sencillez: "Nada, no es para tanto, yo creo. Gracias". Estas palabras resumen el espíritu de un hombre que, además de ser la vaquilla más famosa de España, lleva dos décadas trabajando como mozo de almacén en una fábrica Bosch, es atleta y encarna también al Delfín Ramiro, mascota del equipo de baloncesto Estudiantes.
La batalla por los símbolos
Lo que en apariencia no debería ser más que un episodio anecdótico, revela algo más profundo: una sociedad cada vez más polarizada, en la que los símbolos se han convertido en armas arrojadizas. Mientras unos ven en la estampa una blasfemia, otros la interpretan como una crítica satírica, un recordatorio de que ni siquiera lo sagrado debería estar blindado contra el humor.
El dilema no es nuevo. Desde que la modernidad rompió las cadenas del pensamiento único, el humor ha sido el medio predilecto para cuestionar aquello que se nos presenta como incuestionable. Sin embargo, en tiempos recientes, la sensibilidad exacerbada ha llevado a que cualquier gesto que toque los márgenes de lo espiritual sea visto como un ataque personal o colectivo.
Abogados Cristianos, en su denuncia, habla de "ultraje" y "vejación". Para sus miembros, lo sucedido no es solo un chiste desafortunado, sino una afrenta deliberada contra los sentimientos religiosos. En el centro de su argumentación se encuentra el artículo 525 del Código Penal, que sanciona los actos que ofendan públicamente las creencias religiosas de una comunidad. Si este gesto encaja o no dentro de tal definición será tarea de los tribunales.
La vaquilla, Lalachus y el espejo social
El apoyo de Miguel del Pozo y su vaquilla aluden a algo más que una defensa humorística. Representan la reivindicación de una tradición popular que, aunque marcada por la nostalgia y la sencillez, no renuncia a la ironía ni al derecho a reírse de sí misma. Si la cabeza de la vaquilla en la estampa del Sagrado Corazón resulta ofensiva, parece menos una cuestión de religión que de rigidez cultural.
Lalachus, con su humor cáustico y provocador, representa a una nueva generación de cómicos que desafían los límites impuestos por lo políticamente correcto y lo sacrosanto. En su broma se encierra, quizá sin que ella misma lo pretendiera, una reflexión sobre el peso de los símbolos en nuestra sociedad. ¿Cuánto poder les conferimos? ¿Dónde trazamos la línea entre la crítica y el agravio?
Por ahora, la humorista enfrenta una batalla legal que podría sentar precedentes sobre los límites de la sátira en España. En redes sociales, las trincheras están cavadas, y cada bando empuña su arma: unos, la ofensa; otros, la libertad de expresión. Entre tanto ruido, la figura de la vaquilla, con su mirada bovina y su guiño socarrón, parece recordarnos que no todo en la vida necesita ser tan serio.
En un mundo donde incluso las bromas pueden incendiar el ánimo colectivo, tal vez lo que necesitamos no es menos humor, sino aprender a reírnos, incluso, de nosotros mismos.