Televisión

Iker Jiménez, o el lucrativo pero patético negocio de mezclar los fantasmas con los muertos de la peor tragedia


Sara Tejada

En el universo mediático español, Iker Jiménez se ha consolidado como una especie de "guardián de las sombras". Su tono oscuro, su aparente fascinación por lo oculto y su habilidad para envolverse de misterio le han granjeado una audiencia fiel. Sin embargo, lo que comenzó como una propuesta de entretenimiento esotérico en Cuarto Milenio ha degenerado en un espectáculo de mal gusto en Horizonte, donde el presentador parece ya no distinguir entre especulación paranormal y manipulación de la realidad.

Esta semana, Jiménez se ha visto envuelto en una polémica que, para muchos, destapa la verdadera naturaleza de su discurso: alarmista, conspiranoico, y carente de rigor. Sus afirmaciones sobre supuestos cadáveres en el parking del centro comercial Bonaire tras la DANA en Valencia —hecho desmentido por las autoridades— demuestran que la responsabilidad informativa no parece una prioridad para él.

Lo peor es que, en su programa, Jiménez no está solo; colabora con personajes que, como él, se alimentan de los miedos y la confusión del público. Rubén Gisbert, uno de sus colaboradores, se vio arrodillándose en el lodo para fingir que estaba "cubierto de barro", en un burdo montaje destinado a exagerar la tragedia y dotarla de un dramatismo innecesario. Tal espectáculo ha causado rechazo, incluso entre quienes acostumbran a ver sus programas. Esta vez, la farsa ha sido tan evidente que Jiménez tuvo que disculparse, algo casi insólito en su trayectoria.

El problema no es solo el contenido en sí, sino cómo se presenta. En el pasado, Jiménez podía valerse del tono lúgubre y del misterio para hablar de fenómenos paranormales: caras de Bélmez, casas encantadas y extraterrestres. Pero hoy, en un contexto de tragedia real y pérdida humana, aplicar esa misma estética "oscura" a temas de actualidad, como desastres naturales o pandemias, es una aberración. Esa confusión entre el entretenimiento paranormal y la información pública de urgencia es peligrosa, especialmente cuando Jiménez se rodea de un elenco sin ninguna credibilidad científica, que va desde negacionistas de vacunas hasta fervientes agitadores de la ultraderecha.

Por supuesto, Iker Jiménez no ha cambiado de la noche a la mañana. Su estilo, que mezcla teorías de conspiración y un supuesto "revelador de verdades ocultas", ha sido su seña de identidad desde sus comienzos en los años noventa. Lo que sí ha cambiado es el contexto: en una era de desinformación masiva, donde cualquier bulo puede viralizarse en segundos, su papel ha mutado de simple showman a agente de desestabilización. Las plataformas digitales, especialmente las redes sociales, amplifican los mensajes de Jiménez y sus colaboradores. Y el éxito en audiencias no es una justificación para contribuir a este ruido tóxico que enrarece el debate público.

Quizá el momento de inflexión llegó con la pandemia de COVID-19, cuando decidió dar el salto desde lo paranormal hacia la actualidad informativa con Horizonte. El programa nació como un intento de Jiménez de abandonar lo esotérico y centrarse en lo real, un giro profesional que podría haber sido interesante si no se hubiera limitado a su ya conocida fórmula conspirativa. En lugar de tratar la COVID con la seriedad que ameritaba, Jiménez abrió su espacio a teorías absurdas y personajes de dudosa procedencia, cuestionando la ciencia y sugiriendo que solo él y su equipo tenían "la verdad".

Esta "verdad" de la que presume Jiménez es en realidad un cóctel de especulación y desconfianza, ingredientes predilectos de su narrativa. Al sostener que "hay algo que nos ocultan", perpetúa una visión paranoica y distorsionada de la realidad que, en un país donde se necesita información clara y precisa, siembra más dudas que respuestas. Lo más preocupante es que esta no es una postura casual, sino calculada: Horizonte no es solo un programa de televisión, sino una maquinaria que explota el miedo y la incertidumbre para obtener réditos comerciales. ¿Por qué corregirse cuando el negocio va tan bien?

La farsa de esta semana —con supuestos cadáveres que nunca existieron y reporteros manchándose intencionadamente de barro— ha dejado al descubierto la estrategia de Jiménez. Pero no parece que el show vaya a detenerse. Sus espectadores le respaldan, y Mediaset le ha renovado su contrato por varios años, blindándolo frente a las críticas. La televisión, después de todo, se mueve por la audiencia, y Jiménez ha encontrado un nicho rentable en el sensacionalismo y la paranoia.

Hay algo patético en este ciclo de tragedias explotadas, en el que un hombre que comenzó contando historias de fantasmas ha terminado envolviendo en su manto oscuro a las víctimas de una catástrofe natural. Pero también hay algo terriblemente rentable en ello. Al final, Íker Jiménez parece haber olvidado la línea que separa la especulación entretenida del respeto por los muertos y la verdad. Y mientras siga alimentando este lucrativo, pero lamentable negocio, no cabe esperar más que nuevos episodios de su macabro espectáculo.