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Mario Conde, el último conquistador, sonrió al leer lo de su noviazgo con María José Castellví
Lucas del Barco
El destino, que tantas veces le golpeó con una violencia ejemplar, esta vez ha sido benévolo. A sus 76 años, Mario Conde —el icono financiero de los ochenta, el joven dorado caído en desgracia, el mito resucitado— vuelve a sonreír en la intimidad. El pasado 16 de abril Informalia adelantaba la primicia de que el ex banquero tenía novia y días después el periodista Eduardo Verbo en Abc ponía el nombre a la ilusión del ex presidente de Banesto: María José Castellví, empresaria catalana de 53 años, mujer elegante, solvente y con una biografía escrita en letra de oro.
Fue en Cantillana, en tierras de Sevilla, durante una cena del 14 de febrero organizada por el duque de Terranova, donde las piezas del azar encajaron con precisión de orfebre. Se sentaron juntos. Hablaron, rieron, se reconocieron. No hubo necesidad de fingir. Mario Conde acababa de cerrar, sin estridencias, su relación con Adriana Torres, la marquesa de Mesa de Medano; María José había enviudado tiempo atrás de Carlos Arbó, empresario mallorquín y financiero de buena estirpe. Se entendieron rápido. Tal vez porque la vida les había templado el corazón de igual manera: hijos criados, fortunas aseguradas, y esa callada pasión por el dinero entendido como arte y no como avaricia. También comparten el gusto por los viajes, los círculos discretos, las conversaciones largas bajo la sombra de los naranjos.
María José Castellví pertenece a una familia donde la riqueza no es una aspiración, sino una condición natural. Su hermano, Joaquín Castellví, impulsó el Distrito 22 de Barcelona, esa urbe dentro de la urbe donde hoy anidan gigantes como Amazon o Indra. Cuando él falleció en 2023, el legado pasó a su hijo, otro Joaquín, joven inversor de fondos que ha hecho de la continuidad un arte: recientemente, se desvelaba su relación con Cristina Carulla, heredera del imperio Agroalimen, los dueños discretos de marcas que habitan cada despensa española. Los Castellví no suelen aparecer en las listas de grandes fortunas pero su huella económica es profunda como un río subterráneo. María José, por su parte, ha forjado su propio destino: al frente de Liberia Investments gestiona activos inmobiliarios que rozan los 67 millones de euros, cifra que administra sin estridencias, como quien riega discretamente un jardín de camelias. Hay otra pasión que embellece su currículo: la orfebrería. En Mallorca, isla de la luz más sabia, fundó en 2017 la firma de joyas Jouells, mezcla de tradición artesanal y sofisticación contemporánea. Durante años dirigió el proyecto con la misma destreza con que hoy maneja sus inversiones y su agenda de viajes, aquella misma que la llevó a Sevilla y que, sin saberlo, la condujo también hacia Mario Conde. Desde entonces, entre viajes y discretos encuentros, han tejido una relación que huye de la luz pública, aunque a veces, inevitablemente, los alcance. Mario Conde habla, pero en privado, de su nuevo amor, el que descubrimos. Cuentan que cuando leyó en Informalia que habíamos descubierto su nueva ilusión, sonrió como solo el sabe hacerlo.
En cualquier caso, esta vez Mario Conde ha ganado el mejor de los partidos: el del amor sereno, compartido entre iguales, lejos de la tempestad y cerca de ese crepúsculo dorado donde solo los viejos financieros y los viejos amantes saben encontrar refugio.